martes, 17 de octubre de 2017

Piso 11 - Historias de terror



El edificio donde se mudó Miguel solo tenía un ascensor. Esto podría haber sido un inconveniente considerando los 11 pisos que tenía el lugar, pero al no haber muchos inquilinos nunca se presentaron problemas. Al llegar se encontró a un anciano fregando el piso de la entrada. Era muy extraño encontrar a alguien trabajando a esas horas de la noche, por lo que supuso que estaba a tiempo completo. Sin darle importancia, se encaminó a su habitación, ubicada en el décimo piso.

-¿Eres el nuevo?- Preguntó el anciano cuando el chico pasó a su lado.

-Eh... sí señor. Me acabo de mudar.

-Bien, eso significa un cuarto más que limpiar- Contestó secamente -Más te vale no causar alboroto.

-No se preocupe, no suelo ser muy sociable…- Respondió Miguel bajando la vista.

-Eso es bueno…- Continuó el conserje dirigiéndole una mirada inquisidora y sonriendo, dejando entrever una hilera de dientes careados -Aquí solo tenemos una regla, chico. Puedes ir a cualquier lugar del edificio, pero está terminantemente prohibido ir al último piso. Dicho esto, el anciano recogió sus cosas y se alejó rengueando, dejando a Miguel anonadado y sin una explicación sobre aquella misteriosa norma. El chico suspiró y tomó el ascensor para ir a su cuarto.

El día siguiente resultó muy normal por la mañana. Se despertó temprano y se preparó para ir a estudiar. En la entrada volvió a encontrarse con el anciano, pero esta vez ni siquiera lo miró. Miguel volvió ya muy entrada la noche, muerto de sueño y con el único deseo de tumbarse en la cama hasta el día siguiente. Esta vez no encontró al viejo en el vestíbulo, aunque no se dio cuenta de ello. Siguió de frente y entró al ascensor, donde presionó el botón con el número 10. Estuvo adormecido siendo arrullado por el suave movimiento del ascensor hasta que vio que se acercaba a su piso. Sin embargo algo sucedió… el ascensor siguió subiendo hasta el último piso. Ahora tenía prendida la luz en el botón desvencijado donde se mostraba un número 11 casi borrado. Sorprendido supuso que en su trance somnoliento había apretado mal, así que abrió las puertas y salió a curiosear.

-¿Qué haces aquí?- Preguntó una voz ronca a su espalda. Miguel se volteó y se encontró con el viejo, que gruñendo y lanzando juramentos lo apresuró a que se volviera a meter al ascensor y lo escoltó hasta su cuarto. Miguel, por su parte, tenía tanto sueño que se tiró en su cama y durmió plácidamente.

El día siguiente fue muy similar. El joven se despertó, salió y no volvió hasta la noche. En la entrada recibió una llamada de su hermano Julius, el cual le había pedido hace unos días que le comentara si valía la pena mudarse al edificio, así de paso, hacerse compañía. Inmediatamente le respondió que sí, por lo que su hermano le comunicó con agrado que ya tenía todo listo y posiblemente en tres días estaría por allí. Miguel guardó su celular y entró al ascensor. Apretó el botón 10 con toda seguridad y esperó pacientemente. Pero algo volvió a fallar… Piso 11 nuevamente. Miguel se asustó, estaba convencido de que el viejo lo regañaría otra vez, así que volvió a apretar el botón 10; más el ascensor no se movió un ápice. Siguió oprimiendo impacientemente hasta que de imprevisto las puertas se abrieron. Salió con lentitud, mientras sus ojos se adaptaban a la oscuridad del lugar. Todo parecía antiguo, con signos de quemaduras y hollín en las paredes. El chico continuó avanzando tanteando en la negrura del cuarto hasta que logró vislumbrar una débil luz al fondo. Se acercó y se topó con el anciano, que se encontraba de espaldas, sosteniendo una vela que emitía una tenue luz.

-Disculpe, señor- Murmuró Miguel -El ascensor se malogró y me trajo hasta aquí… El decrépito viejo no respondió ni se volteó. Se quedó dándole la espalda mientras siseaba unas frases con una voz desagradable y áspera.

-Ya van cinco años desde el accidente… todo el piso explotó… todos muertos… nadie se salvó… ni… yo. El viejo volteó y mostró su rostro desfigurado por el fuego, con una horrenda mueca. Miguel intentó gritar, pero ningún sonido salió de su boca. Estaba petrificado del miedo, y no pudo hacer nada cuando aparecieron multitud de figuras a su alrededor que se abalanzaron sobre él, obligándolo a acompañarlos en su mundo de sufrimiento y penitencia por la eternidad.

By Dark Funeral

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