martes, 31 de mayo de 2016

La Hermandad de Los Usuarios Rojos - Historias de terror y Creepypastas



Soria67 se unió al chat

Bienvenido a La_Hermandad!

Usa /j para enviar mensajes.

<<<Chat para miembros exclusivos>>>


Leo24@ se ha desconectado.

Galord12: Te digo que es cierto.

Jose90: Enserio debes verla

Sebaqwerty: Galord, no insistas no te creo.

Rauel3: De veras? Es tan buena José?

Jose90: Sii yo lo flipe tio!

Galord12: Tú te lo pierdes

Fask24: Me agotan, chicos.

Diane00: Ustedes acaban con la magia de todo.

Por un momento no estoy seguro si realmente una persona coherente como yo debería seguir visitando este chat. A pesar de tanto tiempo que me tomó tener acceso, dudo si era cierto todo aquel «rumor» que fue propagándose por la web oficial. Chismes. Aquello que uno inventa, el resto dispersa. El mito de que un día incierto, cada seis meses, un usuario en especial vaga por uno de estos chatrooms, para finalmente acabar en este tipo de charlas virtuales, a las que se conoce con el nombre de «chats rojos». Se les llama así a los tipos de comunicación digital que son «exclusivas» y a las cuales solo los «usuarios rojos» pueden acceder. Únicamente las personas que llevan en esta página más de veinticuatro meses activos pueden llegar a ser considerados «rojos», aquellos que son adictos, no tienen vida misma o simplemente entran con el fin de sentirse superiores a los demás usuarios comunes. Aquellos con aires de grandeza y delirios de esnobismo que son capaces de aguantarse la tediosa tarea de entrar y soportar dos largos años de tormento 
a cada troll, attention whore y demás usuarios de la red. Y luego estoy yo.

Me conocen con el nickname de Soria67 en este chat
, por Raúl en la vida real. Vivo en una mísera parte de los alrededores de Connecticut. No soy nuevo, ni tampoco viejo por la zona; me cuesta aprender los nombres de las calles, aunque no me he perdido jamás. A pesar de no recordarlos, podría decirse aprecio mucho el publo, y sobre todo desde que mi familia murió, quedando solo, sin otra alternativa que seguir adelante y vivir. En estos últimos años, no me ha faltado de nada, poseo el suficiente dinero para sobrevivir y darme varios gustos, de vez en cuando. Todo se lo debo a Sam. Que quede claro, es el apelativo cariñoso que uso para llamar a mi madre, que en paz descanse. Samantha E. Dliber.

En fin. Rasco mi barbilla y, volviendo al tema inicial, intento encontrarle sentido a las conversaciones que hay en este chat; he intentado encontrar cómo introducirme en él, escribo lo único que podría convencer a todos aquellos que están activos de mi presencia:

Soria67: Hey, que hay?

Galord12: Oh miren, llego Soria.

Rauel3: Hey Soria, estamos bien, ¿tú?

Jose90: Soria! Cuánto tiempo!

Si ajá, "mucho tiempo". Es una broma que suelen hacer en este canal de chat. Todos aquí sabemos perfectamente que para poder conservar el rango de usuario rojo debemos entrar todos los días para que nuestro contador no resetee, y volvamos a ser usuarios normales. 

No es algo confirmado, pero sacado cuentas hemos llegado a la conclusión de que todos aquellos rojos que no se conectaban diariamente desaparecían por unas semanas y volvían como usuarios comunes y corrientes.

Soria67: Estoy bien gracias a todos, y José, Jajaja. Agradezco tu buen humor.

Jose90: De nada, sabes que estoy aquí para hacerte feliz ^_^

Falso, falso, falso. Todos aquí estamos por la misma razón, esperamos al sujeto del cual todos hablan; hoy es el día. Falta una hora para su aparición. Llega a las 23:00, se va a la 1:00. Limpio, sin pruebas. Abre chat, aparece, borra conversación, cierra chat. Nadie conoce su nombre, ni siquiera estamos seguros de la hora. Solo sabemos que él manda.

Soria67: Sí, José y lo agradezco.

Fask24: Soria, tienes todo preparado? Falta poco ya. Llevas mucho tiempo esperando este momento al igual que todos nosotros.

Sí, todos los que estamos en este chat somos los «siguientes». A ver si me explico. Supuestamente a quien esperamos aparece en esta sala cada seis meses. La misma cuenta con un total de seis usuarios rojos, que tienen el privilegio de conocerlo y de preguntarle lo que quieran.


Supuestamente, responderá todas nuestras preguntas mientras esté activo. Pero como dije anteriormente, es solo un rumor. Se desconoce si es un gurú o un simple admin, si viene a responder preguntas o a hacernos perder el tiempo. Los que estamos aquí ascendimos a la categoría de rojos y tuvimos la suerte de caer en este chatroom, por eso acordamos mantenernos unidos para recibirlo cuando llegue. La condición de mito se le da por la ignorancia con respecto al tema. Los afortunados que se reúnen con él no vuelven al chat oficial, se quedan por otras salas exclusivas, y siempre que alguien intenta sacar el asunto en cuestión, contestan algo como: «Me va bien, gracias», o se desconectan y vuelven al día siguiente simulando no recordar que les hablaste. ¿Raro? Sí. ¿Qué esto pruebe que la leyenda de él es cierto? No, bien podrían ser un grupo de idiotas que se pusieron de acuerdo para burlarse de nosotros.

Soria67: Si Fask, está todo listo para cuando llegue y ustedes?

Fask24: Todo en orden.

Galord12: Perfectamenteee

Diane00: Si, mi queridito Soria, te parece si mañana me pasas tu MSN?

Otra vez, Diane siempre con lo mismo. No es que no me gusten las chicas, pero daba la extraña sensación que me acosaban, es como si algo dentro de mí se retorciera en mi interior; me pasaba cada vez que Diane o alguien de este chat intentaba de manera forzosa conocerme más. Todas han intentado alguna vez eso. Un «Qué tal si vamos a tomar algo?», o un «Me pareces lindo, salgamos a divertirnos», o el típico «Quiero conocerte mejor, pasas MSN?». De entre todas, la única usuario que no ha intentado congeniar conmigo de esa manera ha sido Fask24, creo que por eso es que me cae un poco mejor que las demás, y el misterioso sentimiento de innaturalidad en las personas que están tras la pantalla suele desvanecerse cuando hablo con ella. Sé poco sobre Fask24. Según me ha mencionado, proviene de Missouri y reside actualmente en el centro de Nueva York. No sé qué edad tiene exactamente, pero juraría que tiene entre dieciocho y veinte años, ya que según han comentado, cursa su segundo año de carrera.

Soria67: Gracias Diane, tu oferta es tentadora pero me temo que tendré que rechazarla, además hoy sería mi último día aquí.

Diane00: que pena!! No queremos que te vayas!

Garlord12: cierto, por que te vas?

Sebaqwerty: Hasta a mí me intriga. Cuenta.

Jose90: Eso eso! Suelta la sopa!!

Rauel3 ha sido expulsado del chat (Exceso de Datos e.eicvajd.susjz7592)

Fask24: Seba, reviviste.

Soria67: Bueno chicos, se debe a que quiero comprobar si es cierto que el vaya a venir.

Jose90: Pues claro que vendrá!

Sebaqwerty: Que te hace dudar?

Soria67: Es que… es todo taaan… ficticio…

Garlord12: Oigan. Qué hora es?

Fask24: 22:56

Diane: se nos va…. *Snif,snif*

Jose90: ya casi…

Soria67: verán que tengo razón al final.

No sé, pero ni yo estoy seguro de mis palabras.

Mi reloj marca las 23:00. Todos hacemos el supuesto ritual de bienvenida. Se apagan luces. Enciendes cuatro velas alrededor de ti. Con una mano en el mouse y otra en el pecho, pronuncias a todo pulmón: «¡La Hermandad!». Las palabras casi flotan de mi boca al pronunciarlas. La temperatura descendió seis grados mínimo. Estoy convencido. La luz de las velas parpadea, todo está más oscuro de lo normal. Siento como si de repen… ¿Soy yo o vi una sombra que no me pertenece? No, creo que estoy siendo muy dramático. Solo es ficción, ficción. Nada más.

Garlord12: Seguís ahí?

Jose90: Siiiii

Diane00: sí:3

Fask24: Sí.

Me inclino hacia delante después de suspirar suspicazmente, agitar un poco la cabeza hacia ambos lados y burlarme de mí mismo por creer que de veras iba a ser secuestrado por alguien o que algo aparecería detrás de mí y acabaría con mi preciada vida.

Soria67: Aquí estoy a salvo y a punto de irme a dormir por ver que esto era falso.

Galord12: Oye! No te burles, quizás se ha retrasado o algo así!

Fask24: Cómo podría retrasarse un espectro?

Ciertamente, eso último me desconcierta. Fask no suele ser la típica Diane o José que andan soltando tonterías.

Jose90: Venga ya Fask. No nos tomes el pelo.

Sebaqwerty: cierto fask, no hace gracia.

Diane00: Fask, no me asustes T.T

Galord12: 23:04

Soria67: Pff, miren, yo paso, me voy.

(6) se unió al Chat

<<A partir de ahora nadie puede unirse>>

Galord12: Wtf!?! Como hizo eso?? En esta sala no hay Admins!!

Diane00: D: Hacker!

Fask24:

Jose90: Y este?

Sebaqwerty: OmG, que tipo!

Bien, debo admitir que el que inventó esto se lo ha montado bastante bien. Esto ya me desconcierta a mí, y a cualquiera.

(6): Saludos, Usuarios Rojos de la Hermandad. Están todos aquí reunidos por una simple razón, son los usuarios más activos de la red, ahora tendrán que ser promovidos.

Galord12: Bien

Diane00: :DD

Soria67: Y te podemos hacer todas las preguntas que queramos?

(6): No. Yo los vengo a promover al mayor cargo de la web al que pueden aspirar. Solo sigan mis instrucciones y todo saldrá como lo planeado, ahora, enciendan sus cámaras web para que puedan conocerse.

Aunque por un momento lo dude, no puede encontrar una razón por la cual no encender mi cámara, mi cuarto no tiene nada que pudiera darles una pista de dónde vivo, así que no importaba. La enciendo y, justo después, las webcams de los demás también aparecen. Una chica risueña muy bonita con cara de niña en la primera, me imagino por como es que debe de ser Diane. Un joven con más o menos mi edad, con cabello castaño, pecas en la cara y un poco rellenito, sin duda es Garland. Un niño, sí, un niño de no más de trece años con cabello negro, ese es José. También está un pelirrojo de ojos verdes, me imagino que es Seba. Y, por último, una chica con el cabello moreno largo que deja reposar sobre sus hombros; sin exagerar, es H E R M O S A, aunque su belleza no le quita aquella mirada gélida de la cara. No hay que pensarlo mucho, es Fask.

(6): ahora que se han visto todos, procederemos con la promoción pero antes de coronar al vencedor, las pruebas.

¿Pruebas? ¿Vencedor?

(6): Ahora, deben abrir el archivo que le voy a enviar, está vacío, ustedes lo llenaran. Sin mentiras. Tienen 20 minutos.

Esto a medida se pone más raro por segundos, todos los demás tienen cara de perplejos; no los culpo, yo también. Champion.doc, nos lo envió a nuestro email sin siquiera tenerlo. ¿Y cómo se llena? No nos dijo nada. «Sin mentiras».

Ahora caigo. Quería nuestros datos. ¿Por qué? En la web nunca nos preguntaron nuestros datos oficiales. ¿Por qué él sí? Me preocupa llenar esto con mis datos, pero también me preocupa no hacerlo, así que miro las cámaras de mis compañeros en busca de ayuda, pero si quería alguna complicidad, no la iba a encontrar en ellos, estaban absortos en su escritura. Así que me puse a eso yo también, total, no hay mucho que ganar, y tampoco que perder. Una Promoción. Genial.

Casi cuando estoy terminando de escribir mis datos personales —nombre, dirección, ciudad…—, veo que varios de los demás parecen haber terminado, porque están ya tranquilos y relajados, recostados sobre su butaca.

Excepto José, el pobre chaval lleva un rato inquieto, parece que el terror se visualiza en su rostro. En un momento entiendo. No sabe qué poner. Justo cuando estoy a punto de escribirle un mensaje preguntándole qué le pasaba, me detuve un momento y pensé: «vencedor». Claro. Ahora no importa qué tan amigos éramos, era un todos contra todos. Solo quedaría uno. Considero seriamente enviarle el por qué del documento, pues era claro que el pobre niño no tenía mucha brillantez. «Solo es una competición». Sí. Tampoco queremos que el campeón sea un niño de trece años. Pasan los veinte minutos. (6) vuelve a hablar.

(6): Se acabó, guarden los documentos. Pasaremos a la ronda de cualificación.


(6): Fask24>Listo.
Galard12>Listo.
Diane00>Listo.
Sebaqwerty>Listo.
Soria67>Listo.

Me alivio al leer esa última línea.

(6): Jose90>Descalificado.

Lo que me suponía, el chaval llegó bastante lejos, fue mucho para él; haberse pasado dos años aquí es una hazaña, pero no creo querer de campeón a un niño. En ese momento examino su cámara, fue extraño observar algo que no era tristeza, ni angustia, se lleva la mano al pecho apretándosela fuertemente y abre la boca para proferir un último grito ahogado de dolor.

Colapsa. Su cuerpo cae inmóvil en algún punto de su cuarto, el cual la cámara web no puede divisar. Siento una oleada de emociones: cólera, decepción, angustia, tristeza, miedo ¿Acaso esto me puede pasar sencillamente a mí? ¿Moriré tirado en mi cuarto si no hago lo que él dice? Diviso las caras de mis compañeros, encuentro múltiples expresiones diferentes. Alegría, emoción, felicidad. Me doy cuenta de que no son las mismas personas con las cuales yo chateaba. Me angustia y sorprende ver los rostros sonrientes debido al ataque de José. Por un instante, me inunda el terror de saber que mis compañeros conocen mis verdaderos sentimientos hacia esto, así que, rápidamente, profiero una falsa sonrisa que me dolerá en el alma por el resto de mi vida. Si es que me queda.

(6): Ahora que tengo sus datos. Habrá una tanda de preguntas personales.

Oh, no. Todo menos eso.

(6): Empezaré con Fask24, y terminare contigo Soria67.

Menos mal. Podré prepararme una estrateg… no. Tengo que ser real. No quiero acabar como José.

(6): Empecemos

A medida que avanza la conversación advierto un malestar in crescendo, cada minuto en esa sala de chat me pone histérico. Experimento una agonía incalculable. Pero no me malinterpreten. Lo que mis compañeros de chat decían era de lo más común. Cada quien datos de su vida cotidiana aburrida a más no poder. La intranquilidad que apreciaba se debía a la llegada de
 mi turno, ¿Qué preguntas me haría?

(6): Soria67 te toca a ti.

Soria67: Sí.

(6): ¿Dónde están tus padres?

Ya está. Esa es la pregunta clave que acabaría conmigo. Así que miento.

Soria67: De viaje a Irlanda.

(6): Volveré al plantearlo.

En ese preciso momento, al terminar de leer lo que escribió, percibí un dolor cegador similar a cuando una 
enorme piedra cae sobre alguna parte de tu cuerpo, aplastándola, destruyendo cada nervio existente; aquella sucesión tortuosa tan repentina que pareciera que contemplas la herida incluso segundos antes de que sangre. Eso es exactamente lo que palpé en mi pierna izquierda. A simple vista no había daño alguno. Sin embargo por dentro se quebró inconfundiblemente como un bastoncillo.

(6): ¿Donde están tus padres?

Algo en mi cabeza, quizás la vena de la sensatez, como le digo yo, me hizo entrar en razón: -la próxima vez no podré aguantarlo-.

Soria67: Están muertos.

(6): ¿Que les paso?

Basta. Basta. BASTA.

Soria67: No es asunto tuyo!

(6): Repito. ¿Que les paso?

Soria67: Los asaltaron, y les dispararon a sangre fría.

(6): La verdad.

Soria67: Te estoy diciendo la verdad, Joder!

Mi mano izquierda giró en un ángulo imposible. Grité todo lo que puede. No fue culminante, sabía que soy diestro y seguiría escribiendo. Inevitablemente pensé ¿Por qué simplemente no me retiraba? No, de ninguna manera, apuesto a que un terrible dolor me acribillaría nuevamente antes de llegar a la puerta principal.

(6): Dime la verdad o seguirás sufriendo, te arrancaremos los ojos y no te dejaremos morir.

Tragé saliva al escuchar esto, sea quien sea, no estaba jugando.

Soria67: Tuvieron un accidente de auto, mi padre conducía borracho y dobló bruscamente para esquivar a un camión. Cayó por un acantilado.

No tuvieron tanta suerte, pasaron 3 horas antes de que mi padre muriera desangrado, y 5 para que mi madre lo hiciera de un paro cardíaco, producido por ver la imagen del rostro de mi padre demacrado.

(6): ¿Cómo sabes todo eso?

Me derrumbo.

Soria67: Yo…estaba presente…
Mis piernas se rompieron aquella vez. Aunque mis padres se llevaron la peor parte, las heridas que sufrí eran insignificantes comparadas con las de ellos.

Estuve atrapado casi 10 horas viéndolos morir, sin poder hacer absolutamente nada. Después de ver a mi madre expirar, padecí tal shock que caí en coma. Desperté a las 2 semanas en el hospital.

Ya está. Me libré de ese peso.

Poco más tendrá para romper mi cordura.

(6): Gracias por su colaboración, ahora, el último paso para declarar un vencedor.

¿Ya? Pero si todavía quedamos cinco, ¿cómo pretende descalificar cuatro de golpe? A menos que…

(6): Para declarar al campeón, descalifiquen a 4. 1 Vive.

Esto resulta tan obvio, que casi me siento estúpido por no darme cuenta antes.

(6): Por cierto, uno de ustedes será descalificado 
ahora mismo, solo para que recuerden que cualquier intento de contactar con alguien que no sea de este chat puede matarlos. Suerte.

Aprieto los ojos y espero… Lo que me hace abrir los ojos no es mi desagradable sentencia, sino la de otro, para ser exacto la de Galard12; adiós compañero. Quedamos cuatro. Recién caigo en cuenta de algo, así que escribo frenéticamente y mando el mensaje lo más rápido posible.

Soria67: Como se supone que nos vamos a matar entre nosotros?

(6): De la manera que quieran.

Soria67: Pero…. como llegamos hasta donde están los demás?

(6): Eso es Fácil,

(6): Pues

(6): Todos

(6): Viven

(6): en la

(6): misma

(6): calle.

(6) cambió su estado a “Ausente“

Bien. Aquí hay cosas que son positivas y otras negativas. Tengo la pierna y la mano rotas. Negativo. Estoy cerca de otras tres personas que para sobrevivir deben matarme. Negativo. No conozco a nadie de esta calle, pero quizás los demás a mi sí, y ya me están buscando. Negativo. A quién engaño, no hay nada positivo. Una cosa sí tengo en claro… yo… yo voy a ser Rey.

EPÍLOGO

Acusado del sangriento asesinato de tres civiles, dos de sexo femenino y uno masculino, se arrestó a un chico de diecisiete años en la escena del crimen. El jefe detective encargado de cerrar el caso, Kevin J. McCollins, fue el responsable de esposar al muchacho. Los tres jóvenes asesinados eran sus compañeros de escuela.

Se conoce que desde hacía veinticuatro meses el autor del delito no salía de casa y solo subsistía a base de lo que sus padres le llevaban una vez por mes. Tales circunstancias lo condujeron a un estado de delirio en la cual el joven, llamado Lorenzo Casillas, asumió una segunda identidad: Raúl Dliber.

Sus padres, recientemente mudados a una casa en los alrededores, se han sorprendido al enterarse la aterradora historia en la que se expone cómo Raúl Dliber 
supuestamente pierde a sus padres. El matrimonio afirma nunca haber tenido un auto, pues el pueblo en el que viven es pequeño y nunca sintieron la necesidad de salir.

Lorenzo ha sido sentenciado, y se ha determinado que, debido a su pésimo estado de salud mental, tendría que ser internado en un manicomio para su observación y tratamiento. El adolescente nunca dejó de insistir que su nombre es Raúl, y que debía matarlos para sobrevivir.

Hace unos días, el manicomio Pilgrim State Hospital informó que el pasado lunes un paquete rojo escarlata apareció encima del mostrador de la recepción sin dirección de remitente ni destinatario, solo se lograba leer en él: «Raúl Dliber». La caja fue entregada al joven Lorenzo luego que su contenido fue examinado y después de cerciorarse que no pondría en riesgo su salud física o mental. Como parte de su tratamiento y para estudio médico se observó el comportamiento del paciente ante aquel obsequio: felizmente se colocó en la cabeza la corona que contenía.

jueves, 26 de mayo de 2016

El ascensor - Historias de terror y Creepypastas



Todo ocurrió una cálida noche de verano, de ésas en las que, aunque la temperatura es agradable e invita a dar un largo paseo bajo la luz de las farolas, da la sensación de que todo el mundo se ha puesto de acuerdo para encerrarse en casa.

Eran, más o menos, las dos de la madrugada. Había pasado varias horas vagueando ante el ordenador, así que decidí que era momento de tomar un poco de aire.

Me calcé mis zapatillas deportivas, me dirigí a la cocina, saqué la bolsa del cubo y le hice un par de nudos. Tras cerciorarme de que no olvidaba llaves, mechero, ni tabaco, cerré la puerta del piso y me encamine escaleras abajo. Podía tomar el ascensor, pero, teniendo en cuenta que a esos cacharros les suele dar por pararse de golpe, habría sido un error quedarme encerrado dentro con la única compañía de una bolsa de basura maloliente.

Recorrí los pocos metros que separaban el ingreso del departamento de los contenedores, disfrutando del ambiente de soledad que reinaba en la calle, unido a la tenue iluminación y la invisible caricia procedente del asfalto caliente bajo mis pies. Tras meter la bolsa en uno de los cubos, volví a mi portal y, antes de entrar, encendí un cigarrillo, disfrutando de cada calada, mientras oía en la distancia el sonido de ambulancias y coches acelerando: la banda sonora que suena de fondo cada noche en la gran ciudad de Madrid.

Mientras terminaba mi cigarro, eché un ojo al gran edificio de viviendas que esperaba mi regreso: Un bloque levantado a finales de los años sesenta, con paredes de ladrillo rojizo, seis alturas y una planta de garaje bajo sus cimientos, similar a los cientos de edificios que, en aquella época, el Ministerio de Vivienda construyó en toda España. Junto al portal, aún se conservaba la placa que daba fe de ello.

Mis padres fueron los primeros dueños de la casa. Tras el paso de los años, su afán ahorrador les permitió hacerse con un chalet en las afueras, por lo que yo, siendo hijo único, tuve la suerte de pasar a ser el dueño (y único habitante), de la vivienda.

Cuando acabé el cigarrillo, tiré la colilla al suelo y entré en el portal. Por un momento, pensé en subir andando hasta el quinto piso, donde vivo, pero la vagancia pudo más, así que llamé al ascensor. Cuando éste llegó a la planta baja, ingresé en el habitáculo.

Una de las curiosidades que tenía aquel edificio era dicho ascensor. No todos los bloques de viviendas de la época contaban con uno, y se consideraba una mezcla de lujo y suerte el poder llegar a casa en uno de estos chismes. Esto hacía que la estructura fuese algo vieja: sus paredes, sus espejos y su cuadro de botones tenían más de cincuenta años. Lo que más me llamaba la atención de este último detalle era el correspondiente al garaje. Había un botón para cada piso como es obvio, excepto para el sótano, en cuyo lugar había una cerradura. Todos los vecinos teníamos copia de la llave. El motivo era, según los constructores, evitar que el cálido garaje se llenase de mendigos por las noches.

Miré aquella vieja abertura con curiosidad. Entonces, una idea se me pasó por la cabeza. En lugar de pulsar el botón del quinto piso, eché mano al manojo de llaves que había en mi bolsillo e introduje la llave correspondiente. Para acceder al sótano, había que girar la llave hacia la izquierda, pero, ¿qué ocurriría si la giraba hacia la derecha?

Hice la prueba. Nada. La cerradura hacía tope, como era de esperar. Cabezota de mí, volví a intentarlo, girando con más fuerza. Con mucha más fuerza.

En ese momento, de forma inesperada, la cerradura cedió, poniendo el ascensor en marcha. Sorprendido ante aquello, fijé los ojos en el indicador luminoso. Mientras el ascensor descendía paso de mostrar un 0 a un -1. Pero llegado a este piso, el ascensor no frenó.

Durante casi un minuto, el trasto continuó bajando, traqueteando y rugiendo como de costumbre. El indicador luminoso mostraba dos guiones intermitentes. Entonces, de repente, el ascensor se detuvo y su puerta se abrió.

Ante mis ojos se extendía un largo y estrecho pasillo, apenas más ancho que el propio ascensor. La iluminación procedente del interior no bastaba para alumbrar aquel corredor, que era engullido por una tenebrosa negrura, y no se apreciaban escaleras que llegasen allí desde un piso superior.

-¿Hola? Mi voz retumbó por las paredes y desapareció en el oscuro espacio.

A pesar de que la situación me imponía algo de respeto, la curiosidad ante el nuevo sótano recién descubierto pudo más. Decidido a investigar aquel lugar, encendí mi mechero y abandoné la protectora luz del ascensor.

Me giré por un momento, y vi que, en aquella planta, no había botón para llamar al ascensor, sino una cerradura. Mosqueado, continué avanzando hacia la tiniebla.

El ambiente era denso y húmedo, acompañado de una ligera fetidez. A unos veinte metros, el pasillo torcía hacia la derecha, desembocando en una galería a la que daban varias puertas similares a las que tiene cualquier cárcel. Algunas de ellas permanecían cerradas y otras abiertas, el suelo estaba repleto de polvo, cristales rotos y otros objetos.

La mugre que invadía el lugar me disuadió de palpar la pared en busca de interruptores de luz, por lo que confié en la pequeña llama que portaba en mi mano. Al internarme en la galería, me agaché y acerqué el mechero al suelo para examinar con más detalle qué eran aquellos pequeños bultos que pisaba irremediablemente a cada paso. Descubrí jeringuillas, trozos de probetas, piezas de rompecabezas infantiles, muñecas… Aquello resultaba de lo más tétrico. Me incorporé nuevamente, disponiéndome a analizar las pequeñas dependencias que rodeaban la galería.

Uno de los detalles que percibí fue la falta de ventilación o iluminación exterior. Aunque era noche cerrada, no había rastro de salidas al exterior por las que se colase la luz de las farolas, ni ninguna corriente de aire que hiciese vibrar a la llama de mi mechero. Aquel era un lugar completamente cerrado, y a saber a cuántos metros bajo tierra me encontraba en aquel momento.

Recorrí varias de las salitas, y vi que todas tenían elementos en común: pequeños, anticuados y oxidados camastros, mesitas y sillas. Y material médico. El lugar estaba infestado de gasas, correas, pastillas desperdigadas por el suelo… Aquello parecía un hospital en miniatura. Un hospital antiguo y fantasmagórico, detenido en una época pasada, en el que la acumulación de polvo es el único indicador del paso del tiempo.

Aún me arrepiento de entrar en una de aquellas dependencias. La luz del mechero mostraba, sobre el mugriento colchón, un bulto del tamaño de un ser humano, envuelto en ropa de hospital. Me acerqué sigilosamente, temiendo lo peor, y arrimé el mechero al gran objeto.

El aumento de luz mostró una escena horripilante: rodeado de heces y manchas de orina, se mostraba ante mí un cadáver humano en posición fetal que me daba la espalda. El hedor era insoportable. Reprimí una arcada mientras permanecía en cuclillas, ante aquella dantesca escena.

De repente, el terror invadió mi cuerpo. Aquel cuerpo se giró de forma brusca y, lo que en principio había clasificado como “humano”, mostró ser algo diferente, indefinido e indescriptible.

El cuerpo de aquel ser estaba cubierto de llagas y heridas; en lugar de manos y pies, sus extremidades se encontraban rematadas por muñones violáceos, poseía extrañas deformidades y diversos bultos recorrían su tronco, dándole un aspecto monstruoso.

Pero lo peor era su rostro: sus ojos, grandes e inyectados en sangre, estaban protegidos por unos párpados abultados y sin pestañas. En lugar de pelo, su cabeza contenía infinidad de cicatrices y grapas que partían desde sus pobladas cejas y sienes y se perdían hacia su nuca. Sus orejas, irregulares y enormes, no mostraban pliegue alguno, dotando al ser de un aspecto simiesco. Tampoco poseía nariz, y de sus orificios nasales surgían dos hilos de sangre reseca. Rematando aquel cuadro tan desagradable, se encontraba su “boca”: un orificio de comisuras agrietadas, sin labios, de cuyo interior carente de dientes y lengua, provenía el peor olor a podrido que he percibido en mi vida.

Sus ojos se fijaron en los míos, y de su garganta surgió un bramido gutural, ronco y a la vez potente.

Grité. Grité con todas mis fuerzas y mi voz se entremezcló con la del mostruo. Teniendo en cuenta la postura en la que me encontraba, caí de espaldas sobre el mugriento suelo, y el mechero se escapó de mi mano, dejando al lugar en la más absoluta oscuridad.

Mientras palpaba el suelo en busca del encendedor, oí cómo crujían los muelles del colchón y, antes de que pudiese reaccionar, aquel despojo se me echó encima, lanzando una vez más su aterrador alarido. Sentí su aliento contra mi rostro, mientras apestosa saliva caía sobre mi frente. Un escalofrío me recorrió de arriba abajo. Cejé en mi empeño de hacerme con el chisquero y pataleé con todas mis fuerzas, tratando de zafarme del horripilante ser.

Me arrastré unos metros hacia atrás, me levanté y salí de la estancia, a oscuras, tratando de recordar la disposición de aquella planta, temiendo tropezar o dar de bruces con alguna de las paredes. Mientras huía en dirección al ascensor, pude oír cómo aquello se arrastraba entre los cristales rotos del suelo, siguiendo mis pasos. Llegué al pasillo y sentí que volvía a la vida cuando me invadió la luz encendida del elevador abierto. Entré, pulsé el botón del quinto piso y, lleno de impaciencia y pavor, esperé a que la puerta se cerrase y el ascensor se pusiese en marcha.

Sin embargo, el aparato no obedecía mis órdenes. Aunque el botón del quinto piso estaba encendido, la puerta no cerraba. Y el crujir de cristales se oía cada vez más cerca.

Me di media vuelta. Ante mí, el pasillo se extendía una vez más, engullendo la luz del ascensor. Sin embargo, ahora no sentía curiosidad ante aquella escena. Sentía verdadero horror. Quería huir de allí. Y el ascensor no se movía.

De repente, se hizo el silencio. Estaba tan aterrorizado que todos mis músculos se agarrotaron. En ese momento, la criatura surgió del corredor ennegrecido, arrastrándose con una velocidad y pericia insólitas. Venía hacia mí, mientras gruñía, jadeaba y chillaba como ningún ser de este mundo. Apreté repetidamente el botón del quinto piso, con pulso tembloroso, mientras el miedo me hacía llorar y la monstruosidad se aproximaba rápidamente. Cuando estuvo a punto de entrar en aquel espacio cerrado, agité mi pierna ante él, haciéndolo retroceder atemorizado, sin que apartase la vista de mis ojos en ningún momento. En ese instante, las puertas cedieron cerrándose y el elevador comenzó su ascenso.

Concentré la vista en el indicador luminoso: los dos guiones parpadeantes dieron paso a un -1, luego a un 0, un 1, etcétera. Algo más calmado, me miré en el espejo y fui consciente de mi aspecto. Mi rostro estaba cubierto de una combinación de baba y mucosa sanguinolenta, mezclada con mis propias lágrimas. Cuando quise pasar el dorso de la mano por mi frente, descubrí que mis ensangrentadas palmas estaban llenas de cristales rotos. Inmediatamente comencé a sentir su dolor; minutos antes, en aquel segundo sótano, el miedo no me había permitido ser consciente de cómo se habían clavado en mi piel.

Llegué a casa y entré corriendo al baño. Los recientes recuerdos de todo lo que había ocurrido allí abajo se agolparon en mi mente, y no pude evitar arrodillarme ante el inodoro y vomitar la cena. Me di una ducha más larga de lo habitual, aún invadido por el asco, curé las heridas de mis manos, y esperé a que llegase el día, incapaz de dormir.

A la mañana siguiente, cuando la luz se llevó todos mis miedos, llamé a un amigo que vivía en uno de los edificios cercanos. Dicho inmueble era similar al mío: construido en la misma época, con la misma planta, y con su respectivo ascensor. Tras contarle la historia y soportar sus burlas, me aseguró que haría la prueba en su elevador, y que me avisaría qué había ocurrido en su caso.

Esperé su llamada intranquilo y, a los pocos minutos, sonó el teléfono. Era él, su voz sonaba entrecortada y temblorosa. Bajo su casa también había un segundo sótano, húmedo y maloliente. Sin embargo, no se había atrevido a adentrarse, y no tenía intención de hacerlo.

-No pienso volver a coger ese ascensor en mi puta vida. Eso fue lo que me dijo y la verdad es que su opinión coincidía al cien por cien con la mía.

A pesar de nuestros temores, nos decidimos a investigar sobre el asunto. Así, dimos con el que fue por aquel entonces presidente de la constructora encargada de levantar los edificios; hoy en día un ajado anciano con un pie en el cementerio. Tras varias reticencias, nos explicó el por qué de aquellos sótanos secretos: en 1966, la recién inaugurada central nuclear de Zorita, en Guadalajara, había sufrido una grave fuga en uno de sus reactores, provocando una nube radiactiva que se extendió por los pueblos de los alrededores. El régimen franquista no podía permitir que la opinión pública tuviese noticia de un fallo en su primera instalación nuclear, por lo que contactó con las parejas jóvenes del lugar, ofreciéndoles trasladarse a Madrid, a los inmuebles en los que mi amigo y yo vivíamos, pues a pocos metros se encontraba un hospital que podría seguir la evolución de dichas parejas y los hijos que pudiesen tener en el futuro. Para disimular aún más la situación, vendieron algunas de las viviendas a gente corriente que no tenía nada que ver con el incidente (como mis padres, o los padres de mi amigo, por ejemplo).

Sin embargo, la intención del régimen era muy distinta: conocedores de las secuelas que la nube radiactiva tendría en esta gente, vigilaron cada nuevo embarazo que se produjo entre ellos, supervisando su evolución y haciendo “desaparecer” a todos aquellos recién nacidos que sufriesen graves malformaciones.

Aprovechaban la tranquilidad de la noche, para, haciéndose pasar por encargados de mudanzas, llevar a los bebés a su nuevo “hogar”. Aquellos sótanos, por otra parte, eran el lugar perfecto para realizar investigaciones sobre los niños, pues nadie sabía de su existencia. El propio mecanismo de los ascensores se había mantenido en absoluto secreto, recayendo la tarea de llevar a cabo revisiones y reparaciones entre técnicos elegidos por el propio régimen; y una trampilla que sólo se abría cuando el ascensor sobrepasaba el garaje, ocultaba el segundo sótano a quien hubiese podido asomarse al hueco.

Sin embargo, tras la muerte del dictador Francisco Franco, se canceló el proyecto. Tratando de arrojar tierra sobre el asunto, los sujetos en experimentación fueron sacrificados, y toda documentación relativa al proyecto fue destruida. Casi todos los cabos quedaron atados.

-¿Cómo que casi todos los cabos? Preguntamos mi amigo y yo a aquel hombre.

-Sí -dijo él-. Resulta que, una vez, aprovechando el revuelo de los últimos días, mientras todo el mundo corría de arriba a abajo tratando de eliminar evidencias, uno de los niños desapareció sin dejar rastro, y nadie más volvió a saber de él.

Mi amigo y yo nos miramos, aterrados. Nos despedimos del viejo y volvimos a nuestras casas.

Desde entonces no he vuelto a subirme a un ascensor.
Por si a alguien le interesa, vendo mi casa. Es un quinto piso, muy luminoso. Y además, tiene elevador y garaje.

lunes, 23 de mayo de 2016

Mi abuelo lo sabía - Historias de terror y Creepypastas


Todo comenzó cuando mi abuelo se mudó a nuestra casa, aquel día dijo unas palabras que aún hoy no logro olvidar “Siento a la muerte muy cerca, pero estando aquí incluso la puedo ver”. En ese momento no le di mucha importancia, pensé que era una forma de quejarse por haberlo obligado a vivir con nosotros. Siempre le había gustado la soledad y no quería dejar la casa dónde paso sus mejores años.

Mis padres decidieron que compartiría mi recamara con él, acepte sin protestar y colocaron su cama junto a la mía separadas apenas por una pequeña mesita de luz.

Al ser la primera vez que dormía con alguien me sentía un poco incomodo, así que tuve que batallar bastante para conciliar el sueño. Justo cuando lo estaba por conseguir un quejido me asusto y encendí inmediatamente la lampara creyendo que había sido mi querido familiar. Él dormía profundamente por lo que apague la luz y me acomodé entre las sabanas. Al cabo de unos minutos volví a escuchar el quejido aunque esta vez fue más largo y me provocó escalofríos. Estaba determinado a no reaccionar sin estar seguro de lo que ocurría por lo que no hice absolutamente nada. Ni cuenta me di cuándo el sueño me inundó.

La noche siguiente fue peor, al gemido lo acompañaba la impresión de que alguien jalaba suavemente la sábana de mi cama, específicamente de la parte de los pies. Al encender la luz no vi más nada que la absoluta tranquilidad imponente de cualquier cuarto por la madrugada. Sin más intenté descansar y dejar de pensar en cosas absurdas.

No obstante todo cambio la tercer noche, ya ni siquiera podía dormir de lo aterrado que estaba. Luego de un rato de esperar y esperar me convencí de que ya había acabado el tormento, accione el interruptor de la luz para apagarla y me acurruque en las almohadas. Aquel siniestro lamento regreso agregándose la sensación de alguien subiendo por mis piernas. No era mucho el peso pero percibí la forma de una persona, quería gritar pero no salia nada de mi boca, estiré la mano sobre la mesita de noche para despertar a mi abuelo pero el velador parecía no acabar nunca. No podía alcanzarlo, y cuando advertí unas manos muy delgadas por mi abdomen no se cómo saque fuerzas para salir corriendo a la recamara de mis padres, les conté todo y supongo que al ver mi cara supieron que no iba en broma. Acto seguido me acompañaron a mi cuarto donde lo único que encontramos fue el cadáver de mi abuelo, había muerto esa misma noche.

jueves, 19 de mayo de 2016

Interferencia - Historias de terror y Creepypastas



Permítanme comenzar diciendo que esta es una historia real de mi infancia, si visitan la gran biblioteca en el centro de la ciudad de Nottingham y echan un vistazo a los registros de periódicos, encontrarán información acerca de los eventos que aquí se detallan.

Esta historia tuvo lugar hace unos quince o dieciséis años. En ese entonces solo tenía siete años de edad, y mi primo David nueve. Él se había quedado conmigo mientras su madre estaba de viaje asistiendo a un familiar enfermo. Como era hijo único yo no tenía muchos juguetes, y mi Sega Genesis estaba averiado, así que no teníamos muchas cosas entretenidas que hacer.

Nuestra rutina consistía en ver dibujos animados en la televisión por cable, seguido de David contándome historias de terror cuando se hacía de noche. Mi madre, queriendo que hiciéramos algo más activo, decidió comprar un par de walkie-talkies para que jugáramos con ellos. Nos lo pasamos muy bien ocultándonos en el bosque mientras que uno trataba de encontrar al otro mediante aquellos pequeños aparatos de comunicación. Sin embargo como eramos pequeños, no nos daban permiso de estar fuera hasta muy tarde, así que teníamos que regresar a las seis. Al llegar cenábamos y guardábamos los juguetes, excepto por los transmisores.

David dormía en la habitación para huéspedes y yo en la mía, por lo que se nos ocurrió mantenernos en contacto por los radioteléfonos hasta quedarnos dormidos. Fue entonces cuando lo escuchamos, alrededor de las once de la noche. Habíamos estado contándonos historias de terror por horas. De repente, mientras David me narraba el cuento de un monstruo que supuestamente rondaba el mismo bosque de aquí cerca, su voz se cortó y fue sustituida por el sonido de estática que los walkie-talkies usualmente producen cuando la persona que está transmitiendo suelta el botón que se utiliza para hablar. Esperé unos segundos a que David reanudara su historia, cuando oí un débil murmullo procedente del pequeño altavoz. «Qué raro», pensé. Se seguía emitiendo interferencia, pero definitivamente podía escuchar algún tipo de movimiento y voz del otro lado.

A continuación se pudo percibir un sollozo entre la estática. Esto era muy escalofriante para mí, así que me bajé de la cama y corrí al cuarto de David. Se encontraba sentado en la cama escuchando su transmisor también. El llanto se hizo más fuerte. «¿Qué es eso? —me preguntó —. Pensé que me estabas jugando una broma». Cuando le dije que no era así, su rostro se puso pálido. Apagó el suyo. El sonido aún se emitía por el radiotransmisor que sostenía en mi mano, por lo que era imposible que estuviera recibiendo aquel sonido del suyo. «Esto da miedo», dijo David. El llanto y los murmullos  parecieron escucharse más claramente entre la estática. Apagué el mío también y regresé a mi habitación.

Ideas de todo tipo se me cruzaron por la cabeza. ¿Tal vez estábamos recibiendo sonidos del más allá? ¿Tal vez mi walkie-talkie simplemente se había averiado y produjo sonidos extraños que parecían llantos y murmullos? Traté de no pensar en ello y me fui a dormir.

Fui despertado al día siguiente por un estallido que parecía provenir de la planta baja.
Bajé rápido por las escaleras, encontrándome con mi madre y mi primo mirando por la ventana del living hacia la casa de al lado. Una camioneta de policía estaba estacionada afuera y nuestra vecina, Jessie, era escoltada por varios oficiales. Iba gritando insultos e incluso trató de escapar en un momento, antes de ser esposada e introducida en la parte trasera de la furgoneta. Estábamos atónitos por lo que habíamos visto, y en general bastante confundidos. Jessie, nuestra nueva vecina, se había mudado recientemente con su bebé luego de que el anterior inquilino de la casa muriera por su avanzada edad. Había sido muy reservada, y ​​hasta donde sabíamos era muy tranquila, no parecía ser el tipo de persona que sería arrestada por algún motivo.

No fue hasta el día siguiente que nos enteramos de lo que había pasado cuando leímos el periódico. Jessie había asesinado a su pequeño niño, apenas un bebé, luego de ser supuestamente víctima de las horribles apariciones de un anciano que la había estado atormentado por semanas. Finalmente  perdió la razón. De todas formas esto no fue lo que más nos impactó. Lo verdaderamente escalofriante fue el hecho de que el walkie talkie para bebés, que se encontraba en la sala donde ocurrió el asesinato, estuvo encendido.

Mi primo y yo lo escuchamos todo.

martes, 17 de mayo de 2016

The Holder of the Present (El Portador del Presente) - Historias de terror y Creepypastas



En cualquier ciudad, en cualquier país, ve a una institución mental o centro de reinserción social donde puedas ir por ti mismo. Cuando llegues al escritorio principal, pregunta por visitar a aquel que se hace llamar The Holder of the Present. El trabajador te mirará vagamente; tendrás que preguntar de nuevo. Una vez el empleado comprenda tu pedido, te llevará por una puerta a un pasillo que parece una extensión del infierno mismo.

En ese espacio no encontrarás nada más que la oscuridad y el sentimiento de un terror inimaginable. Si llegas a oír un chillido venir de tu derecha, corre hacia la puerta por la que viniste o serás devorado por demonios que gritan en lenguas incomprensibles con bocas llenas de venenos mortales.

Si no escuchas el chillido, sólo tienes que seguir al recepcionista hasta que abra la puerta en el otro extremo del pasillo. Ahora te dirá que entres, y se irá.

En este cuarto sólo encontrarás dos cosas: una niña desnuda cuya mano izquierda es un muñón lacerado, aparentemente rasgado por una mordida de otro mundo, y la cerradura que ella cuida. Tendrás que mirar el cerrojo y no quitar tus ojos del mismo.
No debes decir más nada, a excepción de la siguiente pregunta: ¿Por qué están unidos?

Ahora, observa lentamente la cara de la niña. Ella te mirará y te relatará la historia más repugnante del presente, de cómo ha llegado a ser como es, en qué se ha convertido y como será eventualmente. La pequeña se desplazará hacia ti pausadamente, no te muevas, y quédate quieto hasta que esté a un paso de distancia. Pondrá en tu hombro lo que fue alguna vez su mano, un pedazo desgarrado de carne en estado putrefacto. Te susurrará en el oído: “La hora ha llegado, y ahora debes morir”. No reacciones a esta declaración. Sólo sigue mirándola a los ojos y eventualmente sentirás algo siendo presionado en tu mano.

El llavero es el Objeto 17 de 538. Sólo las llaves que fueron hechas para él pueden ser adicionadas, las demás serán repelidas.

lunes, 16 de mayo de 2016

The Holder of the Future (El Portador del Futuro) - Historias de terror y Creepypastas



En cualquier ciudad, en cualquier país, ve a una institución mental o centro de reinserción social donde puedas ir por ti mismo. Cuando llegues al escritorio principal, pregunta por visitar a aquel que se hace llamar The Holder of the Future. No sigas al asistente si te ofrece mostrarte el camino; él no es el verdadero guía y te llevará a la locura. El auténtico orientador caerá silencioso y te dará un pedazo de papel en el cual esta dibujado el recorrido en líneas de sangre y fuego. Camina delante, concentrándote en la escritura. Si tu concentración no ondea, pasarás por un escritorio y te encontrarás con un hombre en un largo y desocupado pasillo. Puede que parezca opulento, lleno de color y promesas, pero las paredes están ahora manchadas, la alfombra negra y sucia.

A medida que avances por el pasillo imágenes parpadearán en ventanas que no habías advertido anteriormente. Puede parecer que, por el rabillo del ojo, veas amigos muertos de bastante tiempo atrás llamándote, o amores perdidos volviéndose jóvenes y ofreciéndose a ti nuevamente. Voces que parecen susurrar las ventanas trayendo segundas oportunidades, chances de hacer las cosas bien. "Puedes escoger de nuevo", dicen ellos, pero no debes mirar más allá del papel en tus manos. Hacerlo es vislumbrar en su totalidad lo que te observa desde afuera, y es ir más allá de la salvación.

Se difiere con la imposible longitud del pasillo. Algunos dicen que cuanto más cerca está el momento de la unificación más corto resultará encontrar el camino hacia el final del pasillo. Si esto último es cierto tal vez todos los que entran encuentren su camino mas allá de todo juicio.

Solo podrás despegar tu mirada del papel al llegar al final del corredor, y incluso puede que nunca mires atrás. La puerta frente a tí lleva a un solón de baile que, al igual que el pasillo, ha caído de su elegante brillo a la inmundicia y el olvido. Ábrete paso entre la penumbra hasta que la puerta y toda oportunidad de escapar quede perdida tras de ti.

Camina con cuidado. El Portador te observa en este momento.

Tu trayecto continuará pasando directamente por el centro del salón, que no ha sido mantenido en muchos años. Ahora el camino estará… inconcluso. Quizás nunca lo encuentres si es que te has desviado demasiado lejos y pasarás el resto de tu innatural vida deseando haber caído en las tentaciones desvanecidas de aquellas ventanas cruzadas hace un rato. Si eres afortunado, encontrarás un punto solitario donde una pequeña luz yace lejos, entonces debes cerrar tus ojos y esperar, indiferente de lo que pueda pasar después. Si has complacido al Portador, oirás el ronroneo de un gato, y sentirás su calor pegado a tu pie y girando alrededor de él.

Debes mantener tus ojos cerrados hasta que una voz te pregunte: “¿Que harás con ellos?” tres veces. Responder la primera o segunda vez transformará los ronroneos en gruñidos y el calor se volverá como el contacto con miles de garras afiladas punzando tu garganta. Sólo después de la tercera podrás abrir tus ojos.

En frente de ti observarás una mujer acostada en una cama. Como los cuartos que precedieron su recámara, ella lucirá estupendamente bella como pudo haberse visto hace mucho tiempo atrás, y aunque esté desnuda en la cama, es nauseabundamente gorda, su piel estará marcada con llagas, carne muerta y brotes sifilíticos. Habrán cientos de gatos a su alrededor. Eventualmente uno de ellos se postrará expectante a tus pies. Háblale solo a este, diciéndole: «Hare lo que deba».

Él te enseñará el lenguaje de los gatos, y una vez aprendido, los demás te dirán un secreto que nunca fue hecho para oídos humanos. No debes revelarlo hasta que no halles nada más que te ancle al mundo: los gatos son criaturas celosas y gozan del dolor de aquellos que traicionaron su confianza. 


Su secreto es el Objeto 16 de 538. No diré nada más de ello.

jueves, 12 de mayo de 2016

The Holder of the Past (El Portador del Pasado) - Historias de terror y Creepypastas



En cualquier ciudad, en cualquier país, ve a una institución mental o centro de reinserción social donde puedas ir por ti mismo. Estando en la recepción, pide reunirte con aquel que se hace llamar The Holder of the Past. En la última silaba de tu oración, los ojos del encargado se abrirán de par en par y te mirará como si quisiera ver el alma que está más allá de tu piel. No hagas ninguna pregunta, porque no te hablará, y en caso de que lo haga, desearás que no lo hubiera hecho. Te llevará a un largo corredor y caminará contigo por lo que parecerán horas. Mira hacia delante todo el tiempo, si desvías la mirada al piso, paredes o techo del pasillo, correrás en un camino sin fin y el trabajador te seguirá con una demencia infernal hasta que estés completamente destripado.

Después de exactamente 350 pasos el empleado se detendrá, se dará vuelta y sacará un reloj de su bolsillo. Retrocederá la manilla una hora y en este punto, tendrás una hora para completar tu deber. Ya que de no hacerlo, no habrá palabras para describir tu destino. Las luces se irán por exactamente 3 segundos, y repentinamente volverán, te hallarás en un cuarto sin puertas, con una luz rojiza en forma de pentagrama. Esto proyectará una estrella de rojo sangre en medio del cuarto donde estará una mesa de cerezo tallado con dos sillas. Siéntate en la que este mas cerca de ti, mira hacia arriba. Mira hacia abajo de nuevo, y un hombre con el pelo largo y sucio aparecerá boca abajo en la mesa. Responderá a una pregunta: ¿Donde estuvo Él una vez?

El sujeto hablará no de un lugar que exista en un mapa, pero describirá el cuarto en grotesco y doloroso detalle. Pon mucha atención, el enumerará exactamente qué horribles objetos cuelgan de las lanzas sobresalientes de la pared. Tienes el resto de la hora para registrar el cuarto y sentarte en Su trono. Si fallas, te sugiero que te prepares y te armes fuertemente.

Su trono es el Objeto 15 de 538. Si vuelven a juntarse, puede que Él regrese una vez más.

martes, 10 de mayo de 2016

The Holder of the Adversary (El Portador del Adversario) - Historias de terror y Creepypastas



En cualquier ciudad, en cualquier país, aventúrate a través de las carreteras y calles solitarias de los barrios bajos, o “la parte mala de la ciudad” Si te cruzas con un hombre desarreglado llevando una botella de licor en una bolsa de papel, con su camisa empapada en sudor y sus pantalones enlodados, no tengas miedo de preguntarle si conoce a alguien que se haga llamar a sí mismo The Holder of the Adversary.

Más que gustoso, sonreirá como si te conociera, como un viejo amigo con el que compartes una broma interna. No te alarmes; el hombre comprende a quien estás buscando. El menos afortunado de nosotros parece saber de estas cosas. Te guiará a un acceso y casualmente resbalará en el metal con sus botas mugrientas. Echándote una pequeña linterna que alumbrará precariamente, te urgirá que bajes a la oscuridad.

Una vez dentro de las profundidades del sistema de alcantarillado, te darás cuenta de que no hay olor desagradable (ningún olor, de hecho). Pero, girando la linterna y mirando a tus alrededores, te cerciorarás de que estás en un cuarto redondo. En todas las paredes habrán colgados cuerpos parcialmente descompuestos, sus dueños por siempre suspendidos en un estado de semiconsciencia, sintiendo todo el dolor y horror de estar atrapados en sus restos. Habrá también cadáveres tirados en el suelo, y notarás que uno cercano te toca. Querrás alejarlo, pero de repente, el hedor te inundará. Es la cosa más desagradable que jamás podrías haber imaginado: excremento humano y animal, sulfuro, cuerpos podridos, carne ardiendo.

Estarás momentáneamente paralizado por el horror de aquello, y cuando te recuperes, haz lo que puedas para no vomitar. Un pensamiento aparecerá en tu cabeza: “Nosotros somos los despojos de aquellos que no pudieron hacerle frente al Adversario”. Tragarás saliva, asustado, mirando fijamente alrededor tuyo, buscando la fuente de la voz. Pero de repente, los cuerpos comenzaran a explotar, uno por uno, liberando más de la horrible pestilencia y bañándote en fluidos sangrientos y cosas asquerosas que quizá desconozcas.

Los cuerpos se fregarán en el piso, y lo que se alza fuera del legamoso desastre es una criatura de belleza pura. Será hombre o mujer, depende de ti. No podrás sacar tu mirada de este vistoso y desnudo humano hasta que te des cuenta que es una réplica de ti, una versión perfecta de ti mismo, el (o la) mejor que pueda haber: confiado, de sonrisa gentil, paciente, y con todos aquellos gestos y características de lo que tú desearías ser.

Serás llenado por un celo repentino, una rabia total, una necesidad de destruir este ser, que eres “tú” perfecto. No lo hagas. Si lo haces, estarás perdido en la ira del Adversario, el eterno tormento del Maldito que has atestiguado antes. Sólo una pregunta vendrá a tu mente para hacerle a la exquisita criatura: ¿Que podrían destruir?

El Holder reirá melódicamente, condescendientemente, y te explicará como si fueras un crío pequeño la respuesta a tu pregunta. No se saltará ningún detalle, incluso el más horrible. Extrañamente, como sea, la historia es interesante y calmante de oír. Te encontrarás absorbido en una fascinación de niño con el Holder. Asemejarás la historia del Portador a una que te contó un ser amado o un guía cuando eras apenas un chiquillo. Sabrás que ahora tienes la llave para derrotar al Adversario, esa que el Maldito no pudo adquirir.

“¿Que harás ahora, mi niño?” El Holder te preguntará, sonriendo placenteramente, mientras coloca un objeto en tu palma y cierra tu mano alrededor de él. “No debes abrir tu mano hasta que te liberes de este lugar” te dirá, haciendo un gesto de adiós.

Una vez hayas escapado del alcantarillado, abre tus dedos, que se sentirán extrañamente cadavéricos. Oirás el eco del perfecto "tú" riéndose, nadando alrededor tuyo mientras miras el Objeto en tu mano. Es un soldadito verde de plástico.

Aquel diminuto muñeco es el Objeto 14 de 538. El mismo entiende cómo derrotar a tu más grande enemigo, y nunca debe ser permitido unirse al resto.

lunes, 9 de mayo de 2016

La hora de dormir - Historias de terror y Creepypastas



Se supone que la hora de dormir debe ser un momento feliz para un niño cansado; para mí era aterrador. Mientras que algunos niños pueden quejarse por ser enviados a la cama antes de que hayan terminado de ver una película o jugado su videojuego favorito, cuando yo era un niño, la noche era algo a lo que temer realmente. En algún lugar de mi mente lo sigue siendo.

Como alguien que ha sido instruido en las ciencias, no puedo demostrar que lo que me pasó fue objetivamente real, pero puedo jurar que lo que experimenté fue terror genuino. Un miedo que en mi vida, me alegro de decir, nunca ha sido igualado. Voy a relatarles todo lo mejor que pueda; tómenlo como mejor les convenga. Yo estaré contento con solo sacarlo de mi pecho.

No puedo recordar exactamente cuándo inició, pero mi aprensión hacia conciliar el sueño parecía corresponder con haber sido trasladado a una habitación propia. Tenía ocho años de edad entonces, y hasta ese momento había compartido una habitación con mi hermano mayor. Como es perfectamente comprensible para un niño cinco años mayor que yo, mi hermano finalmente pidió una habitación para él solo y, como resultado, se me entregó un cuarto en la parte trasera de la casa.

Era un dormitorio pequeño, estrecho, y sin embargo extrañamente alargado, lo suficiente como para alojar una cama y un par de muebles, pero no mucho más. Realmente no podía quejarme; incluso a esa edad, comprendía que no teníamos una casa grande y no tenía ningún motivo válido para estar decepcionado, puesto que mi familia era tanto amorosa como protectora. Fue una infancia feliz, durante el día.

Una ventana solitaria daba a nuestro jardín trasero, nada fuera de lo común, pero incluso durante el día la luz que se colaba en esa habitación parecía casi vacilante.

Mientras que mi hermano recibió una nueva cama, a mí me dieron la litera que solíamos compartir. Aunque me sentía mal por tener que dormir a solas, estaba emocionado ante la idea de poder dormir en la cama de arriba, lo que me parecía mucho más audaz.

Desde la primera noche recuerdo una extraña sensación de malestar abriéndose paso desde el fondo de mi mente. Me tumbé en la cama de arriba, observando mis figuras de acción y coches regados sobre la alfombra azul. En tanto batallas y aventuras imaginarias tenían lugar entre los juguetes del piso, no podía evitar sentir que mis ojos estaban siendo lentamente arrastrados hacia la litera de abajo, como si algo se moviera en el rabillo del ojo. Algo que no quería ser visto.

La cama estaba vacía, arreglada impecablemente con una manta azul oscuro que cubría de manera parcial dos almohadas blancas algo flácidas. No reflexioné más sobre ello en aquel momento, era un niño, y el ruido de la televisión de mis padres deslizándose por debajo de la puerta me envolvía en una cálida sensación de seguridad y bienestar.

Me quedé dormido.

Al ser despertado de un sueño profundo por algo en movimiento, agitándose, te puede tomar un momento para darte cuenta 
realmente qué está sucediendo. El velo del sueño se cierne sobre tus ojos y oídos incluso cuando estás lúcido.

Algo se movía, no había ninguna duda al respecto.

Al principio no estaba seguro de lo que era. Todo estaba oscuro, casi completamente negro, pero entraba suficiente luz desde afuera como para distinguir los contornos del estrecho y sofocante cuarto. Dos pensamientos aparecieron en mi mente simultáneamente. El primero era que mis padres seguían en la cama, porque el resto de la casa estaba a oscuras, y en silencio. El segundo pensamiento se concentró en el ruido. Un ruido que obviamente me había despertado.

Mientras las últimas telarañas del sueño se desvanecían de mi mente, el ruido tomó una forma más familiar. A veces el más simple de los sonidos puede ser el más desconcertante; una brisa fría meciendo un árbol, los pasos de un vecino incómodamente cerca, o, en este caso, el simple sonido de sábanas revolviéndose en la oscuridad.

Eso era, sábanas revolviéndose en la oscuridad como si un durmiente perturbado estuviera tratando de ponerse cómodo en la cama de abajo. Me quedé inmóvil, reteniendo el pensamiento de que el ruido era o mi imaginación, o tal vez solo mi gato buscando en donde pasar la noche. Fue entonces cuando noté la puerta, cerrada como lo había estado antes de que me quedase dormido.

Quizá mi madre había venido a chequearme y el gato se había escabullido en mi habitación.

Sí, eso debió de haber sido. Me volví hacia la pared, cerrando los ojos con la vana esperanza de que pudiera volver a dormirme. Mientras conciliaba el sueño, el movimiento de debajo de mí cesó. Pensé que había espantado a mi gato, pero pronto me di cuenta de que el visitante en la cama de abajo era mucho menos mundano que mi mascota tratando de dormir, y mucho más siniestro.

Como si hubiera sido molestado, descontento por mi presencia, el durmiente perturbado comenzó a revolverse y girar violentamente, como un niño haciendo un berrinche en su cama. Podía oír las sábanas torcerse y girar con una ferocidad cada vez mayor. El miedo se apoderó de mí entonces, no en la misma manera sutil en que lo había experimentado hace un momento, sino que ahora era potente y sobrecogedor. Mi corazón se aceleró en tanto mis ojos se dilataron, escudriñando la oscuridad casi impenetrable.

Dejé escapar un grito.

Como la mayoría de los niños hacen, instintivamente llamé a mi madre. Podía escuchar pisadas desde el otro lado de la casa, pero en cuanto di un suspiro de alivio porque mis padres venían a salvarme, la litera de repente empezó a temblar violentamente como si estuviera siendo sacudida por un terremoto, chocando repetidamente contra la pared. No me atreví a saltar de la cama por temor de que la cosa abajo se me acercara y me atrapara, llevándome hacia la oscuridad, así que me quedé allí, con los nudillos blancos atrayendo las sábanas hacia mí como un manto de protección. La espera me pareció una eternidad.

La puerta finalmente, y gracias a Dios, se abrió de golpe, dejándome inmóvil bajo la luz, mientras que la litera de abajo, el lugar de descanso de mi visitante no deseado, permanecía vacía y silenciosa.

Yo lloraba y mi madre me consolaba. Lágrimas de miedo, y luego de alivio, corrían por mi cara. Sin embargo, a pesar de todo el horror, no le dije por qué estaba tan asustado. No puedo explicarlo, pero era como si lo que sea que hubiera estado en esa cama volvería si siquiera hablara de ello, o pronunciara una sola sílaba de su existencia. Si eso era así en verdad, no lo sé, pero cuando era niño sentí como si esa amenaza invisible se mantuviera cerca, escuchando.

Mi madre se acostó en la cama vacía, prometiéndome que estaría allí hasta la mañana. Eventualmente mi ansiedad se calmó. El cansancio me obligó a dormir de nuevo, pero permanecí inquieto, despertando continuamente al sonido de sábanas revolviéndose.

Recuerdo que al día siguiente quería ir a cualquier parte, estar en cualquier parte, excepto en aquella habitación estrecha y sofocante. Era sábado y pasé jugando afuera muy contento con mis amigos. Aunque nuestra casa no era grande tuvimos la suerte de tener un extenso jardín en la parte posterior. Jugábamos allí a menudo, pues gran parte se había dejado crecer y podíamos ocultarnos en los arbustos, escalar el enorme árbol de sicomoro que sobresalía por encima de todo, y fácilmente imaginar que estábamos en una aventura fantástica, en alguna tierra exótica salvaje.

Aunque todo era muy divertido. Ocasionalmente dirigía mi mirada a esa pequeña ventana; ordinaria, delgada, inocua. En el exterior, el exuberante entorno verde de nuestro jardín acompañado de las caras sonrientes de mis amigos no pudo extinguir la sensación que recorría mi espina dorsal. La sensación de que había algo en esa habitación observándome jugar, esperando la noche cuando estuviera solo, entusiasmadamente lleno de odio.

Puede sonarles extraño, pero cuando mis padres me dejaron solo de nuevo en esa habitación por la noche, no dije nada. No protesté, ni siquiera inventé una excusa de por qué no podía dormir allí. Simplemente entré en la habitación disgustado, subí los pocos escalones hacia la cama de arriba y luego esperé. Ahora que soy adulto estoy contando a todos acerca de mi experiencia, pero incluso a esa edad me sentía casi tonto por hablar de algo para lo que en realidad no tenía evidencias. Estaría mintiendo, sin embargo, si digo que esa fue la razón principal; todavía sentía que esa cosa se enfurecería con que siquiera hablara de ello.

Es curioso cómo ciertas palabras pueden permanecer ocultas de tu mente, sin importar cuán flagrantes o evidentes sean. Una palabra me llegó esa segunda noche, cuando estaba acostado en la oscuridad solo, asustado, consciente del cambio en el ambiente; un engrosamiento del aire, como si algo más lo hubiera desplazado. Al escuchar los primeros movimientos ocasionales de la ropa de cama de abajo: el primer incremento ansioso en mi ritmo cardiaco. Esa palabra, una palabra que había enviado al exilio, se filtró a través de mi conciencia, liberándose de toda represión y tallándose a sí misma en mi mente.

«Fantasma».

En lo que ese pensamiento vino a mí, me di cuenta de que mi visitante no deseado había dejado de moverse. Las sábanas de la cama yacían tranquilas y quietas, pero habían sido reemplazadas por algo mucho más aterrador. Una lenta, rítmica y áspera respiración escapaba de la cosa de abajo. Me podía imaginar su pecho subiendo y bajando con cada respiración sórdida, sibilante y confusa. Me estremecí, y deseé, más allá de toda esperanza, que se fuera sin incidentes.

Entonces algo inconfundiblemente escalofriante sucedió: se movió. Se movió de una manera diferente que la de antes. Cuando se agitaba en la cama parecía inmotivado, descontrolado, casi animal. Este movimiento, sin embargo, fue impulsado por la conciencia, con propósito, con un objetivo en mente. Pues esa cosa que yacía en la oscuridad, esa cosa que parecía estar decidida a aterrorizar a un niño, tranquilamente y con indiferencia, se sentó. Su dificultosa respiración se había vuelto más ruidosa ahora que solo un colchón y unas cuantas tablillas delgadas de madera separaban mi cuerpo de ello.

Me quedé inmóvil, mis ojos se llenaron de lágrimas. Un miedo que las meras palabras no pueden expresar ni a ustedes ni a nadie corría por mis venas. Me imaginé cómo luciría esa cosa sentada ahí, escuchando desde debajo de mi colchón, esperando obtener la más mínima señal de que estaba despierto. La imaginación entonces se convirtió en una realidad desconcertante. Comenzó a tocar las tablillas de madera sobre las que mi colchón se sostenía. Parecía que las tocaba con cuidado, llevando lo que me imaginaba que eran dedos y manos a lo largo de la superficie de la madera.

Luego, con mucha fuerza, hizo presión entre dos tablillas, en el colchón. Incluso a través del relleno se sintió como si alguien me hubiera metido violentamente sus dedos en mi costado. Dejé escapar un alarido y la sibilante y temblorosa cosa en la cama de abajo respondió a ello haciendo vibrar la litera, como lo había hecho la noche anterior.

Una vez más fui bañado en luz, y allí estaba mi madre, amorosa, preocupándose por mí como siempre lo hacía, con un abrazo reconfortante y palabras tranquilizadoras que eventualmente atenuaron mi histeria. Por supuesto, ella me preguntó lo que me pasaba, pero no pude decirle, no me atreví a decirle. Simplemente dije una palabra una y otra y otra vez.

«Pesadilla».

Este patrón de acontecimientos continuó durante semanas, sino meses. Noche tras noche me despertaba al sonido de sábanas revolviéndose. Gritaba cada vez, como para no darle a esa abominación tiempo para que me tocara y me «sintiera». Con cada grito la cama se sacudía violentamente, deteniéndose con la llegada de mi madre, quien pasaría el resto de la noche en la cama de abajo, aparentemente ignorante de la fuerza siniestra que torturaba a su hijo por las noches.

En varias ocasiones me las arreglé para fingir estar enfermo y pensé en otras razones no-del-todo-ciertas para dormir en la cama de mis padres, pero la mayoría de las veces estaba solo en ese lugar por las primeras horas de cada noche.

Con el tiempo puedes desensibilizarte de casi cualquier cosa, sin importa cuán terrible sea. Me había llegado a dar cuenta de que, por la razón que fuera, esa cosa no podía hacerme daño cuando mi madre estaba presente. Estoy seguro de que lo mismo se aplicaría con mi padre, pero por más amoroso que él fuera, despertarlo de su sueño era casi imposible.

Después de unos meses me había acostumbrado a mi visitante nocturno. No confundan esto con una amistad sobrenatural, yo detestaba la cosa. Aún le temía sobremanera, ya que casi podía sentir sus deseos y su personalidad, si se le puede llamar así; una llena de un odio perverso y retorcido que me anhelaba, tal vez de entre todas las cosas.

Mis mayores temores se hicieron más patentes durante el invierno. Los días eran cortos, y las noches más largas proveían a ese desgraciado de más oportunidades. Fue un tiempo difícil para mi familia. Mi abuela, una mujer maravillosamente amable y gentil, se había deteriorado en gran medida desde la muerte de mi abuelo. Mi madre estaba haciendo todo lo posible para mantenerla en su vecindario, pero la demencia es una enfermedad degenerativa y cruel, despojando a la persona de sus recuerdos un día a la vez. Pronto ella dejó de reconocernos, y quedó claro que tendría que ser trasladada de su casa a un hogar de ancianos.

Antes de que pudiéramos moverla, mi abuela tuvo unas noches particularmente difíciles y mi madre decidió que se quedaría con ella. Por mucho que amaba a mi abuela y no sentía más que angustia por su enfermedad, hasta el día de hoy me siento culpable de que mis primeros pensamientos no fueran sobre ella, sino de lo que mi visitante nocturno me podría hacer en caso de que se percatara de la ausencia de mi madre, pues su presencia era lo único de lo que estaba seguro que me protegía de todo el horror que esa cosa podría llegar a hacerme sentir.

Me apuré a mi casa después de la escuela ese día, y de inmediato quité las sábanas y el colchón de la cama de abajo, colocando sobre las tablillas un viejo escritorio, una cajonera y algunas sillas. Le dije a mi padre que estaba «haciendo una oficina», lo que encontró adorable, pero ni en broma le daría a esa cosa un lugar para dormir por otra noche más.

Cuando la oscuridad se acercaba, no sabía qué hacer. Mi único impulso fue el de recoger del joyero de mi mamá un crucifijo pequeño que había visto allí antes. Aunque mi familia no era muy religiosa, a esa edad yo todavía creía en Dios y tenía la esperanza de que de alguna manera eso me protegería. A pesar de mi miedo y ansiedad, mientras apretaba el crucifijo debajo de mi almohada con una mano, el sueño eventualmente llegó. Esperé despertarme por la mañana sin mayor incidencia; desafortunadamente, esa noche fue la más terrorífica de todas.

Me desperté de forma gradual. La habitación estaba una vez más a oscuras. En lo que mis ojos se acostumbraban empecé a distinguir poco a poco la ventana y la puerta, las paredes, algunos juguetes en un estante… Incluso hasta el día de hoy me estremezco al pensar en ello, pues no había ningún ruido. Ninguna agitación de las sábanas. Ningún movimiento en absoluto. La habitación se sentía sin vida. Sin vida, mas no vacía.

Mi visitante nocturno, esa desagradable y sibilante cosa llena de odio que me había aterrorizado noche tras noche, no estaba en la cama de abajo, ¡estaba en mi cama! Abrí la boca para gritar, pero no emití palabra. El terror absoluto había suprimido el sonido de mi voz. Me quedé inmóvil; si no podía gritar, no quería hacerle saber que estaba despierto.

Hasta ese momento no lo había visto, solo podía sentirlo. Se ocultaba bajo mi sábana. Podía ver su contorno, y podía sentir su presencia, pero no me atreví a mirar. Su peso recaía sobre mí, una sensación que nunca olvidaré. Cuando digo que las horas pasaron, no exagero. Acostado allí, inmóvil, en la oscuridad, horrorizado.

El miedo a veces puede desgastarte, hacerte un manojo de nervios, dejando solo el más mínimo rastro de ti detrás. ¡Tenía que salir de esa cama! Entonces lo recordé, el crucifijo. Mi mano todavía estaba debajo de la almohada, pero no tenía nada. Lentamente tanteé alrededor para encontrarlo, minimizando lo mejor que pude el sonido y las vibraciones que causaba, pero no lo pude encontrar. O lo había tirado de la cama, o… ni siquiera podía concebirlo: lo habían tomado de mi mano.

Sin el crucifijo perdí toda noción de esperanza. Incluso a una edad tan joven puedes estar bastante consciente de lo que es la muerte, e intensamente asustado de ella. Sabía que iba a morir en esa cama si me quedaba allí, pasivo, expectante, sin hacer nada. Tenía que salir del cuarto, pero ¿cómo? ¿Debía saltar de la cama y esperar que llegara a la puerta a salvo?, ¿qué si era más rápido que yo? ¿O debería arrastrarme lentamente fuera de la cama, esperando no despertar a mi compañero de litera?

Al darme cuenta de que no hizo nada cuando me moví tratando de encontrar el crucifijo, empecé a tener las ideas más extrañas.

¿Y si estaba dormido?

Ni siquiera había respirado desde que me desperté. Tal vez estaba descansando, creyendo que finalmente me poseía. Que finalmente estaba en sus garras. O quizá estaba jugando conmigo, después de todo eso es exactamente lo que había hecho por incontables noches, y ahora que estaba debajo de ello, apretado contra mi colchón sin una madre que me protegiera. Tal vez solo lo estaba posponiendo, saboreando su victoria hasta el último momento posible. Como un animal salvaje saboreando a su presa.

Traté de respirar tan superficialmente como me fue posible, y reuniendo cada gramo de coraje que pude, comencé a levantar la sábana con la mano derecha. Lo que encontré bajo esas cubiertas casi detuvo mi corazón. No lo vi, pero en lo que mi mano movía la sábana, rozó algo. Algo suave y frío. Algo que sin lugar a dudas se sentía como una mano delgada.

Contuve la respiración, asustado, pues ahora estaba seguro de que sabía que estaba despierto.

Nada.

No se movía, parecía… muerto. Tras unos momentos llevé la mano un poco más adentro de la sábana y sentí un antebrazo delgado y mal formado; mi confianza y curiosidad casi mórbida creció en tanto me movía hacia un bíceps desproporcionadamente grande. El brazo estaba estirado, acostado sobre mi pecho, con la mano apoyada en mi hombro izquierdo, como si me hubiera agarrado mientras dormía. Entendí que tendría que mover ese apéndice cadavérico si quería escapar de sus garras.

Por alguna razón, la sensación en el hombro de mi ropa siendo arrugada por ese invasor de la noche me detuvo en seco. El miedo una vez más se acumuló en mi estómago y en mi pecho, mientras retiraba mi mano con disgusto por el tacto de cabello desarreglado y grasoso.

No me atrevía a tocar su cara, pero hasta el día de hoy me pregunto cómo se habría sentido.

Dios santo, se movió.

Se movió. Fue sutil, pero su agarre en mi hombro y a lo largo de mi cuerpo se hizo más fuerte. No hubo lágrimas, pero por Dios que quería de llorar. Mientras su mano y brazo se enrollaban en mí, mi pierna derecha tocó la pared que estaba contra la cama. De entre todo lo que me pasó en esa habitación, esto fue lo más extraño. Me di cuenta de que la rancia y sofocante cosa que obtenía gran placer de violar la cama de un niño no estaba enteramente encima de mí. Estaba saliendo de la pared, como una araña cazando desde su guarida.

De pronto, su agarre pasó de un apretón leve a un estrujón repentino; me jaló y arañó mi ropa, como asustado de que su oportunidad pasara. Opuse resistencia, pero su brazo esquelético era demasiado fuerte para mí. Su cabeza se alzó, retorciéndose bajo la sábana. Ahora comprendía hacia dónde era que me estaba llevando, ¡a la pared! Luché por mi vida, lloré y de pronto mi voz había regresado, gritando, pero nadie vino.

Entonces supe por qué estaba tan ansioso, por qué tenía que poseerme en ese instante. A través de mi ventana, esa ventana que parecía representar tanta maldad desde afuera, nacía esperanza: los primeros rayos de sol. Seguí luchando, sabiendo que de aguantar un poco más, se iría. Mientras luchaba por mi vida, el parásito sobrenatural cambió de táctica, acercándose poco a poco a mi pecho, con su cabeza ahora asomándose por debajo de las sábanas, sibilante, tosiendo, jadeando. No recuerdo sus facciones, simplemente recuerdo su aliento contra mi rostro, fétido y tan frío como el hielo.

A medida que el sol apareció en el horizonte, ese lugar oscuro, ese cuarto asfixiante fue purificado, bañado por la luz solar.

Me desmayé cuando sus dedos flacos rodearon mi cuello, sacando la vida de mi cuerpo.

Fui despertado por mi padre ofreciéndome desayuno, ¡una vista en efecto maravillosa! Había sobrevivido a la experiencia más horrible de mi vida hasta ese momento, y hasta ahora. Despegué la cama de la pared, retirando asimismo los muebles que creí que harían desistir a esa cosa de tomar una cama. Poco sabía que intentaría tomar la mía… y a mí.

Nunca le conté a nadie esta historia. Hasta el día de hoy, aún me despierto cubierto en sudor frío al sonido de las sábanas revolviéndose, o un jadeo causado por un resfriado; y ciertamente nunca duermo con la cama contra la pared. Llámenlo superstición si quieren, pues como he dicho, no puedo descartar explicaciones convencionales, tales como parálisis del sueño, alucinaciones o una imaginación demasiado activa. Pero puedo decir esto: al siguiente mes mis padres me dieron su habitación en el otro extremo de la casa y ellos tomaron ese extrañamente sofocante pero alargado lugar como su dormitorio. Me dijeron que no necesitaban una habitación espaciosa, solo una lo suficientemente grande como para alojar una cama y algunas otras cosas.

Duraron diez días. Nos mudamos al onceavo.

jueves, 5 de mayo de 2016

Psicosis - Historias de terror y Creepypastas




Domingo

No estoy seguro de por qué escribo esto en papel y no en mi computadora. No es que no confíe en mi ordenador, solo… necesito organizar mis ideas. Poner todos los detalles en un lugar objetivo, un espacio en donde sepa que lo que escribo no puede ser borrado o alterado… no que eso haya pasado.

Estoy comenzando a sentirme agobiado en este diminuto apartamento. Quizá ese es el problema. Sí, tenía que ir y comprar el apartamento más barato, el único en el sótano. No he salido en varios días porque he estado enfrascado en este proyecto de programación; supongo que quería acabarlo de una buena vez. Estar sentado frente a un monitor por horas puede hacer que cualquiera se sienta extraño, lo entiendo, pero no creo que sea por eso.

No estoy seguro de cuándo comencé a sentir que algo andaba mal. Ni siquiera puedo definir qué es, seguramente por no haber hablado con nadie en este tiempo; eso fue lo primero que me inquietó. Todos mis contactos con los que chateo de manera habitual por Messenger mientras programo han estado ausentes o simplemente desconectados. El último mensaje que recibí fue de un amigo diciéndome que charlaría conmigo cuando volviera de la tienda, y eso fue ayer. Lo llamaría desde mi celular pero aquí la señal es terrible.

Sí, eso es. Solo necesito llamar a alguien. Voy a salir.



Bueno, eso no se dio tan bien. A medida que mi temor se desvanece, me empiezo a sentir un poco ridículo por haberme asustado en primer lugar.

Me miré en el espejo antes de salir, pero no me afeité la barba de dos días que me ha crecido, después de todo saldría únicamente para hacer una llamada. Pero sí me cambié de camisa, ya que era hora de almorzar y supuse que me podría encontrar con algún conocido. O al menos eso era lo que quería… ojalá hubiera pasado.

Cuando salía, abrí ligeramente la puerta de mi apartamento; una sensación de ahogo evacuó mi cuerpo en ese instante, de alguna forma. Me asomé por el corredor deslucido, tan deslucido como el corredor de un sótano puede ser, apenas iluminado por un trío de lámparas de neón que no dejan de chasquear. En el otro extremo, la gran puerta metálica que lleva a la sala principal del edificio —cerrada, por supuesto— y dos máquinas expendedoras oxidadas a su lado. Estoy bastante seguro de que nadie más en el edificio sabe que esas máquinas están aquí abajo, que a mi tacaña casera sencillamente no le interesa reabastecer.

Deslicé mi puerta con suavidad y seguí el camino procurando no emitir sonido alguno. No tengo idea de por qué decidí hacer eso, pero era divertido rendirse al absurdo impulso de no perturbar el letárgico zumbido de las máquinas expendedoras, al menos por el momento. Llegué al primer descanso de escaleras y subí hasta la puerta principal del edificio. Miré por la ventanilla cuadrada de la puerta y, para mi gran sorpresa, definitivamente no era hora de almuerzo. La penumbra de la noche envolvía las calles de la ciudad y las luces de los automóviles que daban la vuelta en la intersección alumbraban desde la distancia como faroles. Nubes púrpuras y negras por el brillo de la ciudad colgaban inmóviles del firmamento. Nada se movía a excepción de los pocos abedules de la acera mecidos por el viento. Recuerdo haber temblado aunque no tenía frío, quizá por el viento de afuera; podía oírlo vagamente a través de la puerta y sabía que era ese particular tipo de viento de media noche, ese que es constante, frío y callado, salvo por la dulce melodía que provocaba cuando se abría paso entre las incalculables hojas de los árboles.

Decidí no salir. En su lugar, levanté mi celular a la altura de la ventanilla y revisé el medidor de señal. Las barritas llenaron el medidor, y sonreí. «Tiempo de escuchar la voz de alguien más», recuerdo que pensé, aliviado. Era algo tan extraño, el tenerle miedo a nada. Negué con la cabeza riéndome de mí mismo en silencio. Marqué el número de mi mejor amiga, Amanda, y acerqué el teléfono a mi oreja. Sonó una vez… y entonces se detuvo. Nada pasó. Escuché el silencio por unos veinte segundos, y colgaron. Fruncí el ceño y miré el medidor de señal; todavía lleno. Estaba marcando su número de nuevo cuando el teléfono sonó en mi mano, sacándome un buen susto. Lo pasé a mi oreja.

—¿Diga? —pregunté, reteniendo el leve choque de oír la primera voz en días, aun si se trataba de la mía. Me había acostumbrado a los sonidos regulares del edificio, de mi computadora y el de las máquinas expendedoras en el corredor. No hubo ninguna respuesta a mi saludo en un principio, pero luego, una voz se escuchó.

—¿Qué hay? —dijo claramente un joven desde el otro lado de la línea—. ¿Quién habla?

—Juan —le respondí, confundido.

—Ah, perdón, número equivocado —contestó, y colgó.

Bajé el celular lentamente y recargué mi cuerpo contra la pared. Eso fue extraño. Revisé mi registro de llamadas; el número era desconocido. Antes de que pudiera reflexionar sobre ello, el celular sonó de nuevo, asustándome una vez más. Esta vez miré el número antes de contestar, que también era desconocido. Coloqué el aparato junto a mi oído, sin decir nada. Todo lo que escuché fue el usual ruido de fondo de un celular. Entonces, una voz familiar acabó con mi tensión.

—¿Juan? —Fue la única palabra, por la voz de Amanda.

Suspiré aliviado.

—Ey, eres tú —contesté.

—¿Quién más iba a…? Ah, el número. Estoy en una fiesta en la Séptima Avenida y mi teléfono murió justo cuando me llamaste. Este es el teléfono de alguien más, naturalmente.

—Ah, bueno.

—¿Dónde estás? —me preguntó.

Paseé los ojos por los muros y su pintura descarapelada; la puerta que tenía frente, con su pequeña ventanilla.

—En la entrada de mi departamento —Suspiré—. Me sentía un poco sofocado. No sabía que era tan tarde.

—Deberías venir aquí —me dijo, riendo.

—No…, no estoy de humor para caminar solo a estas horas —dije, mirando por la ventanilla a la tranquila y airosa calle que secretamente me causaba un poco de temor—. Creo que voy a seguir trabajando o me iré a dormir.

—¡Tonterías! —contestó—. ¡Puedo ir a traerte! Tu departamento queda cerca de aquí, ¿cierto?

—¿Qué tan ebria estás? —le pregunté divertido—. Tú sabes dónde vivo.

—Ah, claro. Supongo que puedo llegar ahí caminando, ¿no?

—Puedes, si quieres desperdiciar media hora.

—Cierto —contestó—. Bueno, me tengo que ir. ¡Suerte con tu trabajo!

Bajé el teléfono de nuevo, viendo los números parpadear mientras la llamada finalizaba. El insistente zumbido de las máquinas se reprodujo en mi mente. Las dos llamadas extrañas y la vista a esa tétrica calle terminaron por encarrilarme de vuelta a mi soledad en esa vacía sala. Tal vez por haber visto tantas películas de terror tuve la súbita idea de que algo inexplicable podría asomarse por la ventanilla de la puerta y verme, alguna clase de entidad horrible que pasa orbitando los confines de la soledad, esperando el momento para arrastrarse hasta algún ser humano que se ha alejado demasiado de los de su clase. Sabía que era un miedo irracional, pero no había nadie cerca, así que… bajé las escaleras corriendo por el pasillo hasta mi cuarto y cerré la puerta tras de mí lo más velozmente que pude, procurando mantener el silencio.


Como dije, me siento un poco ridículo por haber estado asustado de nada, y el temor ya se ha desvanecido. Escribir esto me ayuda mucho, me hace darme cuenta de que nada anda mal. Filtra mis pensamientos inconclusos y miedos, dejando solo hechos concretos y objetivos: es tarde, recibí una llamada de un número equivocado y al teléfono de Amanda se le agotó la carga, por lo que me devolvió la llamada con otro teléfono. Nada extraño está pasando.

Aun así, hubo algo… inusual en esa conversación. Sé que pudo haber sido por el alcohol que había tomado… ¿o fue a ella a quien sentí extraña? O… sí, ¡eso es! No me di cuenta hasta ahora, hasta escribirlo. Sabía que hacer esto ayudaría. Ella dijo que estaba en una fiesta, ¡pero lo único que escuché de trasfondo fue silencio! Claro, eso no significa nada en particular, puesto que pudo haber ido afuera a tomar la llamada. No… eso tampoco pudo ser: ¡no escuché el rumor del viento! ¡Necesito ir a ver si el viento está soplando!


Lunes

Olvidé terminar de escribir anoche. No sé qué esperaba encontrar cuando crucé el pasillo y asomé el rostro por la ventanilla. Me siento ridículo. El miedo de anoche me parece vago e irrazonable ahora. No puedo esperar para salir y ver la luz del día. Voy a revisar mi correo, afeitarme, darme un baño ¡y finalmente salir de aquí!

Un momento… creo que escuché algo.


Era un trueno. Todo eso sobre la luz del día y el aire fresco no pasó. Subí por el tramo de escaleras solo para decepcionarme. El cristal de la puerta principal era azotado por la corriente de lluvia torrencial que se desataba afuera. Quise quedarme a esperar a que un relámpago iluminara la intemperie, pero la lluvia era muy fuerte y no podía visualizar nada más que siluetas indistinguibles paseándose por ángulos extraños de la corriente de agua bañando la ventanilla. Desilusionado, me di la vuelta, pero no quería volver a mi cuarto. En su lugar, deambulé por las escaleras, al primer piso, al segundo. Llegué al tercer piso, el más alto del edifico.

Caminé por el alfombrado del piso. Las diez o tantas puertas de madera, pintadas de azul hace mucho tiempo, estaban todas cerradas. Escuché atentamente mientras caminaba, pero era medio día, no me sorprendió oír poco más que el sonido de la lluvia afuera. En lo que permanecí ahí parado, en ese turbio lugar, tuve la extraña y fugaz impresión de que las puertas eran como silenciosos monolitos de granito, esculpidos por una civilización antigua y olvidada para un insondable propósito de guardines. Cayó un relámpago que iluminó el pasillo y pude haber jurado que, solo por un momento, las viejas y deterioradas puertas azules se vieron como piedra áspera. Me reí de mí mismo por dejar que mi imaginación jugara así conmigo, pero entonces se me ocurrió que el resplandor de ese rayo debía de significar que había ventanas cerca. Me llegó una memoria distante, y de inmediato recordé que el tercer piso tenía una alcoba con una puerta corrediza de cristal al final del pasillo en donde estaba.

Emocionado por ver la ciudad desde lo alto en medio de la lluvia y, quizá, ver a otra persona, caminé velozmente hacia la alcoba, encontrándome con la delgada y larga puerta corrediza. Era bañada por la corriente como la ventanilla de la puerta principal. Acerqué mi mano a la manija, pero dudé. Tuve la rarísima sensación de que si la abría, vería algo completamente terrible del otro lado. El último par de días habían sido tan extraños… así que ideé un plan, y volví aquí para traer lo que necesitaría. No pienso que realmente lograré algo con esto… pero no tengo nada más que hacer, llueve y me estoy volviendo loco de remate.

Regresé por mi cámara web. De ninguna forma el cable llegará hasta el tercer piso, por lo que, en su lugar, voy a ocultarla entre las dos máquinas expendedoras, pasar el cable por debajo de mi puerta y ponerle cinta de aislar encima para camuflarlo en la tira de plástico negra que se extiende por la base de las paredes del corredor. Sé que es tonto, pero estoy muy aburrido…


Bueno, nada sucedió. Dejé abierta la puerta de mi apartamento, me llené de valor, fui hasta la puerta metálica, la abrí y corrí como alma que lleva el Diablo de vuelta a mi cuarto y azoté la puerta. Miré atento por la cámara web de mi computadora, viendo en la transmisión del pasillo y una parte de las escaleras. Sigo observando en este momento y no aparece nada interesante. Desearía que el ángulo de la cámara fuera distinto, que pudiera ver al menos una parte de mi puerta. ¡Ey, alguien se conectó!


Usé un modelo de cámara más antiguo que tenía en mi clóset para charlar con mi amigo. No supe explicarle por qué quería que fuera una llamada de video, pero se sintió bien ver la cara de otra persona. No se quedó a hablar por mucho tiempo, y no hablamos de nada importante, pero me siento mucho mejor. Mi absurdo temor casi se ha ido. Ya lo habría dejado completamente de lado de no ser por la extraña manera en que se dio la conversación. Sé que he dicho que todo me ha parecido extraño, pero sus respuestas fueron tan vagas… no puedo recordar una sola cosa específica que me haya dicho; ningún nombre, lugar o evento en particular. Aunque sí me pidió mi dirección de correo para mantenerse en contacto. Un momento, me llegó un correo.


Estoy a punto de salir. Recibí un correo de Amanda para pedirme que nos reuniéramos en «el lugar al que siempre vamos». Me encanta la pizza, y he estado comiendo de las sobras que había en lo que una vez fue una alacena decorosa, así que no puedo esperar. De nuevo, me siento ridículo por mi conducta de estos últimos días. Debería quemar este diario cuando regrese.

Otro correo.


Oh, por Dios. Casi ignoro el correo y abro la puerta. Estuve a punto de abrir la puerta. Estuve a punto, pero leí el correo primero. Era de un amigo que llevo un tiempo sin ver y fue enviado a muchísimos correos que deben de ser cada contacto que tiene registrado. Omitió el título, y decía, únicamente: «ve con tus propios ojos no confíes en ell».

¿Qué demonios puede significar eso? No me lo puedo sacar de la cabeza. ¿Es un mensaje enviado para advertir de que algo ocurrió? ¡La frase claramente se mandó sin terminar! En cualquier otro día lo hubiera tomado como spam, pero las palabras «ve con tus propios ojos»… no puedo evitar releer este diario, repasar los últimos días, y caer en cuenta de que no he visto a ninguna persona con mis propios ojos o hablado con alguien cara a cara. La conversación en línea con mi amigo fue tan extraña, tan vaga, tan… misteriosa, ahora que lo pienso. ¿En serio fue misteriosa?, ¿o es el miedo que está turbando mi memoria?

Mi mente juega con los sucesos que he organizado aquí, apuntando a que no ha habido ni un tan solo dato que haya adicionado sin sospechar. El «número equivocado» que obtuvo mi nombre y la subsecuente llamada de Amanda, el amigo que pidió mi dirección de correo… Yo lo saludé primero cuando vi que estaba conectado, y luego recibí un correo apenas terminó la conversación… ¡Oh, por Dios! ¡La llamada de Amanda! ¡Le dije por teléfono, le dije que estaba a media hora de la Séptima Avenida! ¡Ellos saben que estoy cerca de ahí! ¿Qué si están tratando de encontrarme? ¡¿Dónde está todo el mundo?! ¡¿Por qué no he visto o escuchado de nadie en días?!

No, no, esto está mal. Es de locos. Necesito calmarme.


No sé qué pensar. Recorrí mi apartamento desesperado, sosteniendo mi celular en cada rincón para ver si podía obtener algo de señal. Finalmente, en el baño, cerca de una de las esquinas superiores: una barrita. Sosteniéndolo a esa altura envié un mensaje de texto a cada número de mi lista. Consideré la probabilidad, el peor escenario posible, lo peor que podía imaginar. Envié: «¿Has visto a alguien cara a cara últimamente?».

Para este punto, lo único que necesito es una respuesta. No me importa cuál sea, de quién o si quedé en ridículo al hacer eso. Intenté hacer una llamada pero no podía elevar mi cabeza lo suficiente, y si bajaba el teléfono siquiera un centímetro perdía la señal. Luego recordé mi computadora y fui directo a ella. Envíe un mensaje a todos mis contactos conectados. La mayoría estaban ausentes u ocupados; nadie respondió. Se agotó mi paciencia. Empecé a inventar pretextos para justificar que vinieran hasta aquí. No me importa nada a estas alturas, ¡solo necesito ver a otra persona!

Desbaraté mi apartamento tratando de encontrar algo que haya pasado por alto, alguna forma de contactar a otro ser humano sin abrir la puerta. Sé que es demente, sé que es irracional, pero es posible, ¡es posible!, y necesito estar seguro. Fijé mi celular al techo por si acaso.


Martes

El celular timbró. Exhausto por el alboroto de anoche, debí de haberme quedado dormido. Me despertó el tono de mi celular; corrí al baño, me paré en el retrete y lo alcancé para contestar la llamada. Era Amanda, y ahora me siento mucho mejor. Estaba muy preocupada por mí y aparentemente ha intentado contactarme desde que la dejé plantada. Viene para acá, sí, sabía en dónde estoy sin necesidad de que se lo dijera. Estoy muerto de la vergüenza. En definitiva voy a tirar este diario antes de que alguien lo vea, ya ni sé por qué sigo escribiendo en él. O bueno, quizá porque ha sido el único tipo de comunicación que he tenido desde… Dios sabe cuándo.

Me veo terrible. Me di un vistazo en el espejo antes de volver aquí. Mis ojos están hundidos, mi barba más grande y parece que estoy enfermo. Mi apartamento también está hecho un desastre, pero no voy a limpiarlo. Creo que necesito que alguien más vea por lo que he pasado. Estos últimos días no han sido normales, por donde lo vea. No soy de los que imaginan cosas. He sido víctima de la probabilidad. Seguramente me faltó poco para ver a otra persona en varias ocasiones, fue nada más que salí muy tarde por la noche, o al medio día, cuando todo el mundo está trabajando. Ahora sé que no hay problema. Además, encontré algo ayer que me ayudó tremendamente: ¡un televisor! Lo conecté justo antes de sentarme a escribir esto, y lo escucho sonar de fondo. La televisión siempre ha sido un escape para mí, y me recuerda que afuera de estos muros un mundo sigue andando, crea lo que crea.

Me alegra que Amanda haya sido la única que me contactó luego de haber mandado todos esos mensajes absurdos. Ha sido mi mejor amiga durante años. Ella no lo sabe, pero cuento al día en que la conocí como uno de los mejores que he tenido en toda mi vida. Fue un tibio día de verano, pareciera como si el recuerdo estuviera arrancado de un mundo distinto del que me encuentro ahora. Sentí que pasaron días enteros en ese parque al que ya estábamos demasiado grandes para ir, hablando con ella solamente. A veces todavía puedo volver a ese momento, y me recuerda que este lugar no es lo único que existe… Al fin, ¡llaman a la puerta!


Pensé que era raro que no la hubiera visto por la cámara que escondí en el pasillo. Supuse que fue por la perspectiva, similar a no poder ver mi puerta. Debí saber que eso sería un problema. Después de que tocara, grité en tono de broma que tenía la cámara entre las máquinas… vaya que había dejado a mi paranoia ir lejos. Vi su imagen acercarse y bajar la vista hasta dar con ella. Sonrió y saludó con una de sus manos.

—Qué hay —dijo alegremente, mirando curiosa.

—Lo sé, es raro —hablé por el micrófono conectado a mi computadora—. He tenido una mala racha —agregué.

—Seguro —contestó—. Ábreme Juan.

Dudé. ¿Cómo podía estar seguro?

—Sígueme un poco la corriente, ¿sí? Dime algo sobre nosotros, para probar que eres tú.

Miró a la cámara, se tocó la barbilla y volteó hacia arriba; sacó un papel y un lápiz. Escribió en ellos. Enseñó el papel para que pudiera verlo en la cámara:

«Ya estábamos muy grandes para ese parque».

Suspiré profundamente, la realidad volvía, el miedo se disipaba. Joder, había sido tan ridículo. ¡Por supuesto que era Amanda! Ese recuerdo no estaba en ningún otro lugar más que en mi memoria. Nunca he hablado con nadie de ese día, y no por vergüenza, sino por tenerlo como un recuerdo nostálgico. Si había alguna entidad desconocida que trataba de engañarme, como temía, de ninguna forma podría saber sobre ese día.

—Bueno, dame un segundo —le dije entre risas.

Corrí a mi pequeño baño y peiné mi cabello lo mejor que pude. Me miraba terrible, pero ella entendería. Riendo por mi tonto comportamiento, y el desorden en el que estaba, caminé hacia la puerta. Puse mi mano sobre la perilla y di un último vistazo a mis espaldas. Comida mordisqueada regada por el suelo, el bote de basura caído y la cama que había volcado hacía unas horas buscando… Dios sabrá qué estaba buscando. «Tan tonto», pensé.

Antes de girar la perilla, mis ojos notaron una cosa más: la cámara que usé para charlar con mi amigo. La esfera negra estaba sobre su costado y el lente apuntaba a la mesa en donde este diario se encontraba. Un terror enorme se apoderó de mí en cuanto pensé que si algo podía mirar a través de esa cámara, vería lo que había escrito acerca de ese día. Le pedí una cosa, cualquier cosa acerca de nosotros, y ella escogió la única en el mundo que creí que eso o ellos no sabrían… pero lo hacen, lo saben, ¡hasta pudieron haberme observado todo este tiempo!

No abrí la puerta. Grité. Grité sin parar. Arranqué la cámara y la estampé contra el suelo. La puerta tembló y la perilla intentó girar, pero no escuché la voz de Amanda del otro lado. ¿Sí era ella quien estaba afuera? ¿Quién más pudo ser sino Amanda? ¿Quién demonios estaba afuera? ¿Qué demonios estaba afuera?

La vi por la cámara, la escuché por mis parlantes, ¿pero fue real? ¡Cómo saberlo! Grité alarmado por ayuda. Aseguré la puerta con todos mis muebles. Por ahora se ha ido.


Viernes

Al menos creo que es viernes. He roto todos mis aparatos electrónicos. Destruí mi computadora. Cualquier cosa en ella podía, a fin de cuentas, ser manipulada por medio de la red. Sé de eso, soy un programador. No podía arriesgarme. Cada pequeño dato respecto a mí, mi nombre, mi correo, mi ubicación, todos fueron cosas que he dicho. He releído lo que he escrito una y otra vez. He intentado juzgar lo que he escrito, bailando entre el miedo y el escepticismo. A veces me consta que una entidad está decidida en el simple objetivo de hacerme salir de aquí: desde el principio, Amanda no hizo más que pedirme que abriera la puerta y saliera. Puedo leerlo, puedo leerlo claramente ahora.

Trato de ver las cosas desde todos los ángulos. Por un lado, soy un lunático que ha interpretado una convergencia de probabilidades extremadamente improbables, pero factible: no asomarme en el momento adecuado, no ver a otra persona por mero azar, recibir un correo extraño como los miles que es posible recibir, pero en el momento preciso. Por el otro lado, esa convergencia de probabilidades es la única razón por la cual lo que sea que está afuera no me ha atrapado aún: no abrí la puerta corrediza del tercer piso, y tal vez nunca debí abrir la puerta metálica al final del corredor. No volví a abrir la puerta de mi apartamento después de abrir la puerta metálica. Lo que sea que esté allá afuera —si es que está allá afuera— nunca «apareció» en el pasillo antes de que la abriera. Tal vez se había dedicado a cazar a todas las personas que se encontraban al descubierto y luego esperó, hasta que delaté mi existencia al tratar de llamar a Amanda… una llamada que no se concretizó hasta que eso me hablara y preguntara mi nombre.

Mi temor literalmente me abruma cada vez que intento acoplar todas las piezas de esta pesadilla. Ese correo —corto, cortado— era de alguien intentando decir algo. ¿Una advertencia aliada, intentando llegar a mí antes de que fuera muy tarde? Ver con mis propios ojos, no confiar. Puede que tenga dominadas a todas las cosas electrónicas, que haya elaborado una enorme red para engañarme y hacerme salir. ¿Por qué no puede entrar? Tocó la puerta, así que al menos, parcialmente, es sólido. La puerta. La idea de esas puertas como monolitos guardianes en el tercer piso aparece cada vez que mis pensamientos siguen este rumbo. Si hay alguna entidad etérea intentando que salga a la intemperie, quizá esa entidad es incapaz de cruzar las puertas.

No paro de pensar en todos los libros que he leído, en todas las películas que he visto, tratando de encontrar la respuesta a esto. Las puertas siempre han sido gatillos de la imaginación humana, plasmadas en numerosas ocasiones como portales de singular importancia. ¿O quizá la puerta es muy gruesa? Yo no podría derribar ninguna de las puertas de este edificio, especialmente las del sótano. Dejando eso a un lado, ¿por qué me quiere a mí? Incluso yo puedo imaginar al menos una docena de formas de matarme, incluyendo dejar que me pudra aquí abajo y muera de hambre. Quizás eso es precisamente lo que está haciendo. Está llenándome de miedo; pero ¿y si no quiere matarme?, ¿y si puede hacer algo peor? Dios, ¡¿cómo salgo de esta pesadilla?!

Llaman a la puerta…


Le dije a la gente del otro lado de la puerta que necesitaba unos minutos más para pensar las cosas y saldría. Solo estoy escribiendo esto para decidir qué hacer. Al menos esta vez he escuchado sus voces. Mi paranoia —sí, reconozco que estoy siendo paranoico— me hace pensar en todas las formas que una voz humana podría fingirse por algún medio electrónico. El pasillo podría estar lleno de altavoces simulando voces humanas. ¿Realmente les tomó tres días venir a hablar conmigo? Se supone que Amanda está ahí afuera, junto con dos policías y un psiquiatra. Tal vez les tomó tres días pensar qué decirme. La explicación del psiquiatra sería muy convincente, si decidiera creer que todo esto no ha sido nada más que un extraño malentendido, y dejar fuera de la ecuación a la entidad que intenta engañarme para abrir la puerta.

El psiquiatra tiene la voz de un viejo. Autoritaria pero sensible. Me agrada, me recuerda a la de mi propio padre. Dice que sufro de algo llamado «cíberpsicosis», y soy solo uno más de una enorme epidemia que se cuenta por miles, detonada por un correo sugestivo que «se filtró de alguna forma». Juro que lo dijo así: «Se filtró de alguna forma». Creo que intenta decir que se esparció por todo el país inexplicablemente, pero sospecho demasiado que a la entidad se le ha resbalado algo. Dijo que soy parte de una ola de «comportamiento emergente», que muchas personas más están enfrentando mi mismo problema, y el mismo miedo, aunque nunca nos hayamos comunicado.

Eso explica el correo que recibí sobre ver con mis propios ojos. No recibí el correo detonante original, recibí un derivado. Mi amigo pudo haber perdido la razón también, y ha intentado advertir a todo el mundo sobre su miedo paranoico. Así es como el problema se esparce, afirma el psiquiatra. Pude haberlo esparcido también con el mensaje que envié por el celular y los que mandé por Messenger. Alguno de todos esos contactos podría estar volviéndose tan loco como yo después de haber leído uno de esos mensajes, y ahora estar interpretando la realidad en la forma en la que yo lo estoy haciendo.

El psiquiatra me dijo que no quería «perder uno más». Que la inteligencia de gente como yo es precisamente nuestra perdición. Trazamos conexiones tan bien que incluso las trazamos en donde no deberían estar. Dice que es fácil comenzar a acumular paranoia en el mundo en el que vivimos ahora, un lugar en constante cambio en el que cada vez mayor parte de nuestra interacción es simulada…

Hay que admitirlo, es una explicación hermosa. Reúne y explica todo. Lo explica perfectamente, de hecho. Ahora tengo todas las razones del mundo para sacudirme este horror atávico de que algo se encuentra del otro lado de la puerta listo para capturarme y llevarme a un destino peor que la muerte. Sería tonto, tras oír esa explicación, permanecer aquí hasta morir de hambre para evitar a esa entidad que quizá ya haya atrapado a todos los demás. Sería tonto pensar, tras oír esa explicación, que yo soy una de las pocas personas que restan en un mundo vacío, escondiéndose en la seguridad de su sótano, jodiendo a una impensable y engañosa entidad que juega a ser omnipotente con tan solo rehusarme a abrir una puerta. Es una explicación perfecta para cada evento extraño que he escrito aquí, tengo todas las razones del mundo para dejar ir mis miedos, y abrir esa puerta.

Y es exactamente por eso que no lo haré.

¿Cómo puedo estar seguro? ¿Cómo puedo saber qué es real y qué un engaño? Todas estas malditas cosas con sus cables y sus señales que nacen de un origen imperceptible y llegan hasta ti, ¡no son reales, no puedo estar seguro! ¡Señal de video, de celular, correos! Incluso la televisión, ahora silenciosa, partida por la mitad, en el suelo. ¿Cómo podría saber qué es real? Todo mensaje no es más que energía, ondas, luz… la puerta. ¡Está golpeando la puerta! ¡Intenta entrar! ¿Qué alimaña mecánica podría estar empleando para simular a una persona golpeando una puerta tan perfectamente? Al menos ahora podré verlo con mis propios ojos. No queda nada con lo que pueda engañarme; no puede engañar a mis ojos, ¿o sí? Ve con tus propios ojos, no confíes en ell… un momento, ¿ese mensaje trataba de decirme que confiara en mis ojos, ¡o advertirme sobre mis ojos también!? Oh, por Dios, ¿cuál es la diferencia entre una cámara y mis ojos? Ambos transforman la luz en señales eléctricas, son… ¡lo mismo! No puedo permitir que me engañe, Dios, ¡no puedo permitir que me engañe! No voy a permitirlo, no puedo estar seguro. ¡Necesito estar seguro!


Fecha desconocida

He pedido tranquilamente una pluma y un papel, por el día, por la noche, hasta que finalmente me los dio. No que importe, ¿qué voy a hacer? ¿Sacarme los ojos de nuevo? Los vendajes se sienten como una parte de mí ahora. El dolor se ha ido. Supuse que esta sería una de mis últimas oportunidades de escribir legiblemente, puesto que sin mi vista que corrija errores, mis manos olvidarán de manera progresiva el mecanismo involucrado. Es un capricho, escribir… un vestigio de otra era, porque evidentemente ha asesinado al resto del mundo.

Me siento contra la pared día y noche. La entidad me trae comida y agua. Se disfraza como una amable enfermera, como un antipático doctor. Sabe que mi oído se ha agudizado ahora que estoy en oscuridad; finge conversaciones en el corredor, con la intensión de que lo escuche. Una de las enfermeras habla sobre tener un bebé pronto, uno de los doctores perdió a su esposa en un accidente de auto. No que importe, nada de eso es real. Nada me llega, no como ella lo hace.

Esa es la peor parte, la parte que casi no puedo soportar. Esa cosa viene a mí enmascarada como Amanda. Su recreación es perfecta. Suena exactamente como Amanda, se siente exactamente como ella. Hasta produce una simulación admirable de sus lágrimas, que me obligó a sentir sobre sus tibias mejillas. En un inicio, cuando me trajo aquí, me dijo todas las cosas que quería escuchar. Me dijo que me amaba, que siempre lo había hecho, que no entendía el porqué de esto, que todavía podíamos tener una vida juntos, ir al parque todos los días, si quería.

Con la condición de que dejara de insistir sobre la farsa. Quería que creyera. No, necesitaba que lo hiciera. Que era real, que era ella. Jamás sabrás qué tan cerca estuve de ceder a ese acto tuyo. Dudé de mí mismo por mucho tiempo, pero eres un perfeccionista, todo era demasiado real o lo que entiendes por real, y, ¿sabes? La realidad tiene otras cosas que aún no alcanzas a captar, quizá porque ni siquiera nosotros mismos logramos hacerlo del todo, ni representarlo.

La falsa Amanda venía todos los días, luego cada semana, hasta que por fin dejó de joderme con ella… pero no creo que la entidad se rinda. El juego de esperar es otro de sus trucos. Lo resistiré por el resto de mi vida, si es necesario. No sé qué fue lo que le ocurrió al resto del mundo, pero sí sé que esta cosa necesita que caiga. Si es así, entonces tal vez, solo tal vez, soy una piedra en su camino. Quizá Amanda sigue con vida en algún lado, mantenida con vida únicamente por mi voluntad de resistir el engaño. Me sostengo a esa esperanza, meciéndome hacia adelante y hacia atrás en mi celda para pasar el tiempo. Nunca me rediré. Nunca caeré. Soy… ¡un héroe!


El doctor leyó el papel en el que el paciente había escrito. Apenas podía entenderse, escrito con la temblorosa mano de un ciego. Quería sonreír ante la firme determinación del joven, un recordatorio de la voluntad humana de querer sobrevivir, pero sabía que el paciente estaba completamente delirante.

Después de todo, una persona sana hubiera caído en el engaño hace mucho tiempo.

El doctor quería sonreír. Quería susurrar palabras de ánimo al delirante joven. Quería gritar, pero los delgados filamentos conectados a los nervios de su cabeza y en sus ojos se lo impedían. Su cuerpo caminaba hacia la celda como una marioneta, y le decía al paciente, una vez más, que estaba equivocado, y que no había nadie tratando de engañarlo.

 
Design by Free WordPress Themes | Bloggerized by Lasantha - Premium Blogger Themes | Online Project management